Un himno a la familia
La vigilia de oración por el sínodo de la familia que se abre este
domingo 5, se realizó el sábado por la tarde en la Plaza de San Pedro.
“Plaza
San Pedro es un himno a la familia y un abrazo concreto a esta
institución” dijo el cardenal Angel Bagnasco, presidente de la
Conferencia Episcopal Italiana, ente que organizó la vigilia.
El evento en el que se alternaron oraciones y reflexiones tuvo su
momento principal cuando el santo padre Francisco dirigió las siguientes
palabras a los presentes.
“Queridas familias, buenas tardes. Está anocheciendo en nuestra
asamblea. Es la hora en la que cada uno vuelve con gusto a su casa para
encontrarse entorno a la mesa, con todos los afectos, del bien cumplido y
recibido, en los encuentros que calientan el corazón y lo hacen crecer,
con el buen vino que anticipa en los días del hombre, la fiesta sin
ocaso.
Es la hora más pesada para quien se encuentra cara a cara con la
propia soledad, en el crepúsculo amargo de los sueños y de los proyectos
no realizados: cuantas personas arrastran los días en el callejón sin
salida de la resignación, del abandono, o peor del rencor. En cuantas
casas falta el vino de la alegría y por lo tanto el sabor -la sabiduría
misma- de la vida...
De los unos y de los otros esta noche nos hablamos con nuestra oración.
Es significativo como --también en la cultura individualista que
desnaturaliza y vuelve efímeras las relaciones-- en cada nacido de mujer
esté vivo una necesidad esencial de estabilidad, de una puerta abierta,
de alguien con quien relacionarse y compartir la narración de la vida,
de una historia a la cual pertenecer.
La comunión de vida asumida por los esposos, su apertura al don de la
vida, el cuidarse recíprocamente, el encuentro y la memoria de las
generaciones, el acompañamiento educativo, la transmisión de la fe
cristiana a los hijos...; con todo esto la familia sigue siendo una
escuela sin par de la humanidad, contribución indispensable a una
sociedad justa y solidaria.
Y cuando más profundas serán sus raíces, más en la vida será posible
salir e ir lejos, sin perderse ni sentirse extranjeros en ninguna
tierra. Este horizonte nos ayuda a entender la importancia de la
Asamblea sinodal que se abre mañana.
Ya el 'convenire in unum' entorno al Obispo de Roma, es un
evento de gracia, en el cual la colegialidad episcopal se manifiesta en
un camino de discernimiento espiritual y pastoral. Para buscar lo que
hoy el Señor pide a su Iglesia tenemos que escuchar los latidos de este
tiempo y percibir el 'olor' de los hombres de hoy, hasta quedarnos
impregnados de sus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias. A
este punto sabremos proponer con credibilidad la buena noticia sobre la
familia.
Conocemos de hecho que en el Evangelio hay una fuerza y una ternura
capaz de vencer lo que crea infelicidad y violencia. Sí, en el Evangelio
está la salvación que colma las necesidades más profundas del hombre.
De esta salvación --obra de la misericordia de Dios y su gracia-- como
Iglesia somos signo e instrumento, sacramento vivo y eficaz.
Si así no fuese, nuestro edificio sería solamente un castillo de
cartas y los pastores se reducirían a ser clérigos de estado, sobre
cuyos labios el pueblo buscaría en vano la fescura y el 'perfume del
Evangelio'. Emergen así también los contenidos de nuestra oración.
Del Espíritu Santo pedimos para los padres sinodales, sobre todo el
don de escuchar: escuchar a Dios, hasta llegar a sentir con Él el grito
del pueblo; escuchar al pueblo; hasta respirar la voluntad a la cual
Dios nos llama.
Además de escuchar, invocamos la disponibilidad de confrontarse con
sinceridad, de manera abierta y fraterna, que nos lleve a hacernos cargo
de la responsabilidad pastoral, de los interrogativos que este cambio
de época lleva consigo. Dejemos que se vuelque en nuestro corazón, sin
nunca perder la paz, pero con la confianza serena de que en el tiempo
debido el Señor no dejará de reconducir a la unidad.
¿La historia de la Iglesia no nos cuenta de tantas situaciones
análogas, en las que nuestros padres han sabido superar con obstinada
paciencia y creatividad?
El secreto está en una mirada: y es el tercer don que imploramos con
nuestra oración. Porque si realmente queremos verificar nuestro paso en
el terreno de los desafíos contemporáneos, la condición decisiva es
mantener la mirada fija en Jesucristo, Lumen gentium, detenerse en la
contemplación y adoración de su rostro. Si asumiremos su modo de pensar,
de vivir y de relacionarse, no tendremos dificultad en traducir el
trabajo sinodal en indicaciones y recorridos para la pastoral de la
persona y de la familia. De hecho cada vez que volvemos a la fuente de
la experiencia cristiana, se abren caminos nuevos y posibilidades
impensables. Es lo que deja intuir la indicación evangélica: “Haced lo que El os diga”.
Son palabras que contienen el testamento espiritual de María “amiga
siempre atenta para que no vaya a faltar el vino en nuestra vida”.
¡Hagámosla nuestra!
A aquel punto, nuestra escucha y nuestro confrontarnos en familia,
amada con la mirada de Cristo, se volverán una ocasión providencial con
la cual renovar --siguiendo el ejemplo de San Francisco-- a la Iglesia y
la sociedad. Con la alegría del Evangelio encontraremos el pasar de una
Iglesia reconciliada y misericordiosa, pobre y amiga de los pobres; una
Iglesia capaz de “vencer con paciencia y amor las aflicciones y las
dificultades que le vienen, sea de adentro que de afuera”.
Pueda soplar el viento de Pentecostés en los trabajos sinodales, en
la Iglesia, en la humanidad entera. Desate los nudos que impiden a las
personas encontrase, sane las heridas que sangran, encienda nuevamente
la esperanza. Hay tanta gente que no la tiene. Nos conceda aquella
caridad creativa que permite amar como Jesús ha amado.
Y nuestro anuncio encontrará nuevamente la vivacidad y el dinamismo de los primeros misioneros del Evangelio".
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