Un camino sinodal
Puedo decir serenamente que – con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad – hemos vivido verdaderamente una experiencia de “sínodo”, un recorrido solidario, un “camino juntos”.
Y siendo “un camino” – como todo camino – hubo momentos de
corrida veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la
meta; otros momentos de fatiga, casi hasta de querer decir basta; otros
momentos de entusiasmo y de ardor. Momentos de profunda consolación,
escuchando el testimonio de pastores verdaderos (Cf. Jn. 10 y Cann. 375,
386, 387) que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y las
lágrimas de sus fieles. Momentos de gracia y de consuelo, escuchando los
testimonios de las familias que han participado del Sínodo y han
compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial.
Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al
menos fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros,
también a través del debate. Y porque es un camino de hombres, también
hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación, de las cuales se
podría mencionar alguna posibilidad:
- La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer
cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por
Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley,
dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía
aprender y alcanzar. Es la tentación de los celantes, de los
escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados “tradicionalistas” y también de los intelectualistas.
- La tentación del “buenismo” destructivo, que a nombre de una
misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y
medicarlas; que trata los síntomas y no las causa y las raíces. Es la
tentación de los “buenistas”, de los temerosos y también de los así
llamados “progresistas y liberalistas”.
- La tentacion de transformar la piedra en pan para romper el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra , y tirársela contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) es de transformarlo en “fardos insoportables” (Lc 10,27).
- La tentación de descender de la cruz, para contentar a la gente, y
no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu
mundano en vez de purificarlo y inclinarlo al Espíritu de Dios.
- La Tentación de descuidar el “depositum fidei”,
considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra
parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua
minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada!
Queridos hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar
ni desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es
más grande de su maestro; por lo tanto si Jesús fue tentado – y además
llamado Belcebú (Cf. Mt 12,24) – sus discípulos no deben esperase un
tratamiento mejor.
Personalmente me hubiera preocupado mucho y entristecido sino
hubieran estado estas tentaciones y estas discusiones animadas; este
movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio (EE, 6) si
todos hubieran estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista
paz. En cambio he visto y escuchado – con alegría y reconocimiento –
discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal,
de sabiduría, de franqueza, de coraje y parresia. Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la iglesia, de las familias y la “suprema lex”: la “salus animarum” (Cf.
Can. 1752). Y esto siempre sin poner jamás en discusión la verdad
fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la
unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura a la vida
(Cf. Cann. 1055, 1056 y Gaudium et Spes, 48).
Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra
premurosa, que no tiene miedo de remangarse las manos para derramar el
olio y el vino sobre las heridas de los hombres (Cf. Lc 10,25-37); que
no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y
clasificar a las personas. Esta es la Iglesia Una, Santa, Católica y
compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la
Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y
a su doctrina. Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con
las prostitutas y los publicanos (Cf. Lc 15). La Iglesia que tiene las
puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no
sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos! La Iglesia que no
se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, al contrario, se
siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el
camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la
Jerusalén celeste.
¡Esta es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la
variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse:
es la belleza y la fuerza delsensus fidei, de aquel sentido sobre
natural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que,
juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a
seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de
confusión y malestar.
Tantos comentadores han imaginado ver una Iglesia en litigio donde
una parte esta contra la otra, dudando hasta del espíritu Santo, el
verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia.
El Espíritu santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la
barca, a través de sus Ministros, también cuando el mar era contrario y
agitado y los Ministros infieles y pecadores.
Y, como he osado decirles desde inicio, era necesario vivir todo esto
con tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla
cum Petro et sub Petro,y la presencia del Papa es garantía para todos.
Por lo tanto, la tarea del Papa es aquella de garantizar la unidad de
la Iglesia; es aquella de recordar a los fieles su deber de seguir
fielmente el Evangelio de Cristo; es aquel de recordar a los pastores
que su primer deber es nutrir la grey que el señor les ha confiado y de
salir a buscar – con paternidad y misericordia y sin falsos miedos – la
oveja perdida.
Su tarea es la de recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es
servicio (Cf. Mc 9,33-35) como ha explicado con claridad el Papa
Benedicto XVI con palabras que cito textualmente: “la Iglesia esta
llamada y se empeña en ejercitar este tipoi de autoridad que es
servicio, y la ejercita no a título propio, sino en el nombre de
Jesucristo… a través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo
apacienta a su grey: es Él que la guía, la protege, la corrige porque la
ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras
almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en
comunión con el Sucesor de Pedro … participaran en este misión suya de
cuidar al pueblo de Dios, de ser educadores de la fe, orientando,
animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o como dice el
Concilio,“cuidando sobre todo que cada uno de los fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el Evangelio su propia vocación,a practicar una caridad sincera y operosa y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos ha librado”
(Presbyterorum Ordinis, 6)… Y a través de nosotros – continua el Papa
Benedicto – es que el Señor llega a las almas, las instruyen las
custodia, las guía. San Agustín en su Comentario al Evangelio de San
Juan dice: “Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar la grey del Señor”
(123,5); esta es la suprema norma de conducta de los ministros de Dios,
un amor incondicional, como aquel del buen Pastor, lleno de alegría,
abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos (Cf.
S. Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46,15), delicado con los más
débiles, los pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la
infinita misericordia de Dios con las confortantes de la esperanza(Cf.
Id., Carta 95,1)” (Benedicto XVI Audiencia General, miércoles, 26 de
mayo de 2010).
Por lo tanto la Iglesia es de Cristo – es su esposa – y todos los
Obispos del Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y
de servirla, no comopatrones sino como servidores. El Papa en este contexto no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor – “Il servus servorum Dei”;
el garante de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la
voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia
poniendo de parte todo arbitrio personal, aunque – por voluntad de
Cristo mismo – “el Pastor y Doctor supremo de todos los fieles” (Can. 749) y además gozando “de la potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia” (Cf. Cann. 331-334).
Queridos hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para
madurar con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y
encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables
desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos
desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabaja r
sobre la “Relatio Synodi” que es el reasunto fiel y claro de todo lo que fue dicho y discutido en esta aula y en los círculos menores.
¡El Señor nos acompañe y nos guíe en este recorrido para gloria de Su
nombre con la intercesión de la Virgen María y de San José! ¡Y por
favor no se olviden de rezar por mí!.
Papa Francisco, 18 de octubre 2014
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