CRISTO CRUCIFICADO

   Todo el cristianismo, toda nuestra fe, todo lo que Jesús nos ha querido enseñar, está condensado en esta imagen: Cristo crucificado. Es la gran lección, es la gran enseñanza, es la culminación de toda la revelación de Dios. No hay ninguna imagen, ningún icono, ningún símbolo, que hable tanto como el de Jesús crucificado.
  Guido María Conforti, fundador de los misioneros javerianos, tiene una reflexión sobre Cristo crucificado que va en este sentido: “El crucifijo es el gran libro sobre el cual se han formado los Santos y sobre el cual nosotros también debemos formarnos. Todas las enseñanzas contenidas en el santo evangelio están comprendidas en el crucifijo. Él nos habla con una elocuencia que no tiene igual: la elocuencia de su sangre. Nos inculca la humildad, la pureza, la mansedumbre, el perdón, el desapego de todas las cosas terrenales, la conformidad a la voluntad divina, pero, sobre todo, la caridad para con Dios y para con los hermanos.

   Por eso, al misionero que parte a lugares lejanos para anunciar la buena nueva, no se le entrega otra arma que el crucifijo.”
  Por tanto, en nuestra vida la cruz del Señor tendría que estar más presente. Mejor dicho, tendría que ser el eje central alrededor del cual gira nuestra vida.

   Precisamente, la Semana Santa, quiere remarcar esta centralidad. Lo que hemos leído, no es un episodio más  de la vida de Jesús, es el episodio central de su vida y que ha de configurar nuestra vida. Configurar, quiere decir dar figura, dar forma, modelar, nuestra vida. No olvidemos: seguimos a Cristo crucificado.
   Por esto, en la misa que el papa Francisco tuvo con los Cardenales,  les decía: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.”. Este papa habla muy claro.  
   Y, delante de todo esto ¿nosotros qué hemos de hacer? Vivir intensamente la Semana Santa. Una semana que bIen vivida, cada año nos tendría que cambiar “un poco” /”un mucho” la vida. Hemos de mirar a Cristo crucificado, contemplarlo, meditar los evangelios de la pasión, pasar horas delante de la cruz. Hacer el via crucis …
   Y, entonces, sucederá un milagro: haremos experiencia de Dios y descubriremos la sabiduría de la cruz. El Señor crucificado tocará nuestros corazones y todo tomará otro sentido.
   Después de contemplar a Cristo crucificado, san Ignacio de Loyola escribe: “yo quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y de ser tenido por vano y loco por Cristo que fue tenido por tal, más que por sabio y prudente en este mundo”. Fijaros qué cosas más “raras” se dicen cuando contemplamos al crucificado. Porqué la sabiduría de la cruz no es de este mundo. 

   Pongamos la mirada, el corazón, en Cristo crucificado. Es un punto decisivo para la vida espiritual, para llegar a ser santo... Hemos de ser como Él, hemos de vivir lo que Él vivió,  hemos de vivir en Cristo, ¿cómo lo podremos hacer si no contemplamos, si no miramos y, si no dialogamos con el crucificado?
   El dinamismo es siempre el mismo: contemplamos, recibimos, quedamos transformados y transformamos. No hay belleza parecida a la de Cristo crucificado, hagámonos el propósito de contemplarlo abundantemente en esta Semana Santa.
Mossén Francesc Jordana

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