LA DIMENSIÓN HUMANA DE LA IGLESIA





“Tú eres Pedro, y yo sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pienso que es la frase de todo el evangelio que mejor refleja las dos dimensiones que forman la Iglesia: la Iglesia tiene una dimensión humana: sobre Pedro se edifica la Iglesia. Y, al mismo tiempo tiene una dimensión divina: “yo edificaré mi Iglesia”. Este “yo edificaré” lo dice Jesús, ¡¡un yo importantísimo!!

Es muy, muy importante, tener claro este doble componente para que nos ayude a entender y vivir mejor una realidad no siempre fácil... la Iglesia.

Tres ideas breves de esta dimensión humana:

1.  ¡¡No lo olvidemos!! Si olvidamos que la Iglesia tiene una dimensión humana no entendemos los pecados de los hijos de la Iglesia. Ante estos pecados hay quien pierde su fe, y abandona la Iglesia. La dimensión humana de la Iglesia hace que siempre, siempre, siempre, habrá personas que fallarán, que no harán las cosas bien.

Dejar la Iglesia por el pecado de un hijo de la Iglesia es absurdo. Tan absurdo como dejar de votar porque hay un partido político con un caso de corrupción. O dejar de ir al C.A.P. porque un médico ha cometido un error médico. O sacar un niño del Colegio porque el profe de gimnástica ha abusado de un niño. No podemos abandonar la Iglesia por el pecado de un hijo de la Iglesia.

Nos duelen los pecados de los hijos de la Iglesia, nos escandalizan, pero no nos pueden hacer perder la fe. Y ante ciertas críticas a la Iglesia, también tendremos que ayudar a hacer ver esta dimensión humana de la Iglesia.

2.            Somos Iglesia. Muchas veces hablamos de la Iglesia como si nosotros no formáramos parte. Parece que la Iglesia son ellos: el Vaticano, la curia, los jerarcas, y no nosotros. ¡Es falso!

Nosotros somos Iglesia. Una aplicación práctica: En la misa aparece muchas veces la palabra: Iglesia. Cada vez que sale se está refiriendo a cada uno de nosotros. Esto que decimos de la Iglesia se está diciendo de mí, esto que pedimos por la Iglesia se está pidiendo por mí... Pidamos el don de sentirnos Iglesia.

3.            Amémosla, aunque sea imperfecta y llena de limitaciones. ¿Es que sólo podemos amar aquello que es perfecto? Entonces, no amaremos nada: ni la mujer, ni los hijos, ni los nietos, ni al sacerdote, ni nada. ¡Amémosla!

Todo esto respecto la dimensión humana de la Iglesia. A mí lo que me hace mirar con esperanza a la Iglesia es precisamente su dimensión divina. Esto es: Jesús presente y actuante en la Iglesia. ¡¡Qué misterio!! Cuando Jesús estaba entre nosotros actuaba a través de su cuerpo. Ahora que su presencia corporal no está, actúa a través de un nuevo cuerpo: la Iglesia es el nuevo cuerpo de Cristo que camina a lo largo de la historia. ¡La Iglesia es el cuerpo de Cristo! ¡El contacto con la Iglesia es contacto con Cristo! ¡¡Es necesaria mucha fe!!

En este sentido vale la pena destacar la frase: “yo edificaré mi Iglesia”. “Yo edificaré”. ¡Es él quien edifica! Ahora que hay un cambio de rector: yo a Parets y vosotros aquí, hará falta rogarle que queremos edificar su Iglesia, y queremos hacerlo como él quiere, que nos ilumine qué plan tiene para la parroquia. No se trata de hacer la nuestra, sino de hacer la suya. ¡Porque es él quien edifica! No nosotros.

Continuemos... “Edificaré mi Iglesia”. “Mi Iglesia”. Es  su Iglesia. No es un montaje humano. No es un invento de los hombres. No es como una asociación. No es la Iglesia del sacerdote de turno... Es la Iglesia de Jesús, es instituida por Jesús.

La dimensión humana de la Iglesia nos reclama un mirar benevolente. La dimensión divina de la Iglesia nos reclama un mirar de fe.

Acabo ya. Fijaros que bonito. Primero, Pedro ha hecho la confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¡Es el primer credo de la Iglesia! Y sobre esta confesión, sobre este credo, se puede fundamentar la Iglesia.

¡¡Qué teológica es esta escena!! La Iglesia se fundamenta en la divinidad de Jesús. ¡Dejemos que Jesús sea Dios en nuestras vidas y que él edifique  nuestra parroquia!

Francesc Jordana








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