MARÍA DE LA ESPERANZA
Segundo sábado de julio con María, Señora de la esperanza,
en nuestros corazón En el pasillo que lleva hacia mi salón, tengo una imagen de
la Virgen. Cada vez que paso por su lado, la saludo, le envío un beso, le digo
alguna jaculatoria o alguna frase cariñosa. Tener a la Madre en casa ofrece
mucho consuelo y mucha esperanza.
En toda vida de fe en el corazón brota siempre la esperanza. La esperanza es esa certeza del dominio que Dios ejerce sobre todo cuanto sucede y sobre todas las cosas gobernándolo con amor, misericordia y bondad. Con la esperanza puedes abandonarte firmemente en las manos divinas.
Cada día cuando miro, beso o saludo a la Virgen siento que se afianza mi esperanza. No en vano la vida de la Virgen fue una certeza esperanza y una manifestación amorosa de cumplir la voluntad del Padre. En María se unen la esperanza viva del hombre. Y en esta esperanza, que se cimentaba en la oración, la fe, el amor y la entrega, fue viviendo la Virgen todos y cada uno de los acontecimientos de la vida de su Hijo, y de manera concreta aquellos sucesos fundamentales como fueron la Anunciación, la Encarnación, la pérdida en Jerusalén y la Pasión, la Muerte y la Resurrección.
Arraigada en una esperanza cierta, viva y confiada, la Virgen se convirtió en el pilar esencial de la incipiente Iglesia fundada por Jesús. Ella supo esperar, confiada, la Resurrección de Cristo, unió a los apóstoles, impulsó a los primeros seguidores y oró y veló por esa Iglesia naciente que poco a poco fue llegando a todos los confines de la tierra.
Cuando pierdo la esperanza tengo a María para asirme a su esperanza. Cuando mi esperanza se debilita y mi fragilidad y debilidad me zarandean, tengo a María como ejemplo. Ella acude a socorrerme. Cuando más desvalido me siento, más me fortifica María.
¡Qué gran consuelo tener como compañera de viaje la esperanza de María!
En toda vida de fe en el corazón brota siempre la esperanza. La esperanza es esa certeza del dominio que Dios ejerce sobre todo cuanto sucede y sobre todas las cosas gobernándolo con amor, misericordia y bondad. Con la esperanza puedes abandonarte firmemente en las manos divinas.
Cada día cuando miro, beso o saludo a la Virgen siento que se afianza mi esperanza. No en vano la vida de la Virgen fue una certeza esperanza y una manifestación amorosa de cumplir la voluntad del Padre. En María se unen la esperanza viva del hombre. Y en esta esperanza, que se cimentaba en la oración, la fe, el amor y la entrega, fue viviendo la Virgen todos y cada uno de los acontecimientos de la vida de su Hijo, y de manera concreta aquellos sucesos fundamentales como fueron la Anunciación, la Encarnación, la pérdida en Jerusalén y la Pasión, la Muerte y la Resurrección.
Arraigada en una esperanza cierta, viva y confiada, la Virgen se convirtió en el pilar esencial de la incipiente Iglesia fundada por Jesús. Ella supo esperar, confiada, la Resurrección de Cristo, unió a los apóstoles, impulsó a los primeros seguidores y oró y veló por esa Iglesia naciente que poco a poco fue llegando a todos los confines de la tierra.
Cuando pierdo la esperanza tengo a María para asirme a su esperanza. Cuando mi esperanza se debilita y mi fragilidad y debilidad me zarandean, tengo a María como ejemplo. Ella acude a socorrerme. Cuando más desvalido me siento, más me fortifica María.
¡Qué gran consuelo tener como compañera de viaje la esperanza de María!
¡María, tu eres la esperanza del ser humano! ¡Eres mi
esperanza, María, porque guías, alegras, consuelas, intercedes y amas a todos
tus Hijos con un amor de Madre inconmensurable! ¡Te siento tan cerca, María,
cada día que a tu lado no debería perder nunca la la esperanza! ¡Gracias,
María, por extender tus manos para acoger mi frágil persona y mis pobres
peticiones para llevarlas al Padre! ¡De Ti, María, todo lo espero1 ¡En Tí,
María, pongo mis anhelos y esperanzas! ¡A tu lado, María, aunque muchos me
abandonen, los problemas me acucien, los caminos se me cierren, mis ruegos nos
sean escuchados, nadie seque mis lágrimas, la oscuridad se cierne sobre mi
alma, mi corazón sea herido... nada tempo porque tu sola presencia, como la de
Tu Hijo, me sostienen y me consuelan! ¡Quiero seguir siempre tu ejemplo, María,
y tener siempre una esperanza firme! ¡Tú me mostraste junto a la Cruz que toda
espera es esperanza, que la fe es esperanza, que no hay nada que no pueda ser
vencido con el consuelo de la esperanza! ¡Te pido, María, que le pidas a Jesús,
Tu Hijo amado, que tenga siempre misericordia de mi, miserable pecador, y que
me sostenga en todos los momentos de mi vida! ¡Intercede por nosotros, María,
para que nuestra vida se llene de esperanza!
Fuente: Orar con el corazón abierto
https://orarconelcorazonabierto.wordpress.com
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