UNA EXPERIENCIA DEL AMOR DE DIOS


El domingo tuve la ocasión de vivir una jornada maravillosa del amor de Dios. La experiencia de como Dios sana los corazones heridos. Fue en un desayuno Alpha. Se habló de sanación física y espiritual y después de la charla unos oraron por otros. Se derramaron muchas lágrimas de amor, perdón, reconciliación, esperanza, sanación física...
Viví la experiencia final de pie en un rincón de la sala. Orando en silencio. Sentí algo especial. Sentí como el Señor me miraba con ojos de amor. Que me miraba cuando hay tantas miradas de otros que antes se fijaban en mi y ahora me ignoran o de tantos que ni siquiera se han percatado de mi presencia.
Sentí como el Señor extendía sus manos y las unía a las mías y acogía mis sufrimientos y heridas para se alejaran de mí y me permitieran ser libre.
Sentí como derramaba palabras de consuelo, bálsamo sanador de tantas desesperanzas y que llena esos vacíos que de vez en cuando emergen en mi corazón.
Sentí como el Señor me dispensaba un trato de favor otorgándome la oportunidad de acercarme a Él y descubrirle desde mi pequeñez.
Sería injusto silenciar tanto amor recibido. Gritar al mundo que me siento como una bandera —con el signo de la cruz— oteando al viento.
Quiero dar gracias y pensar en todo lo bueno que el Señor generosamente me proporciona, todos esos bienes que ha tenido a bien obsequiarme y que hacen de mí una persona bienaventurada. No deseo caminar alocadamente anhelando aquello que solo me ofrecerá un placer pasajero, un instante de gozo momentáneo, unas ilusiones que se apagan tan rápido como los fuegos artificiales, cosas tan fugaces como el segundo de un minuto que pasa volando.
Quiero, junto al Señor y los míos, ser feliz y tener paz interior y no fingir que soy feliz en este juego de tratar de sembrar tierras estériles.
Mi ambición es crecer como persona y como cristiano, permanecer siempre fiel a su lado, cobijado bajo la sombra de la Cruz, sin miedo a las  tormentas, sabedor de que a su vera todo es victoria.
Quiero que el mundo —ese mundo que le niega y trata de ocultarlo—  sepa que el Señor es el aliento que da vida a mi pequeña alma, el que llena mi frágil corazón de esperanza, el que me corona de amor, gracias y mucha misericordia.
Deseo que mi oración con el corazón abierto se deshaga en alabanza, piropos, gloria, halagos, cánticos, agradecimientos, jaculatorias hacia el Señor que lo acoge y escucha amorosamente; quiero que se aprenda la letra de esa canción que he compuesto desde la fragilidad de mi vida y que Él tatarea susurrándola a mi oido cuando, con tanta frecuencia, me olvido alguna de sus estrofas.


¡Gracias, Señor, gracias! ¡Gracias por lo mucho que me amas! ¡Gracias infinitas por cómo me cuidas y me proteges! ¡Gracias por esa mirada misericordiosa que conmueve mi corazón y alegra mi alma! ¡Gracias, porque me conoces perfectamente y aún así me amas intensamente! ¡Gracias por las capacidades que me has dado y por todos aquellos que se cruzan en mi camino que me ayudan a ponerlas en práctica y también por los defectos que me permiten corregir mi vida y mejorar para ser cada día mejor! Gracias por la fortaleza que me has regalado para superar las dificultades y cargar con tanta dureza, sacrificio, esfuerzo y trabajo! ¡Gracias, Señor, por la gran confianza que me has otorgado en Ti que me permite elevar las manos al cielo y exclamar con determinación: ¡Abba, Padre, te amo, te bendigo y te glorifico! ¡Gracias por la fe que me llena la vida de esperanza y de creer que Tu eres el Camino, la Verdad y la Vida!  ¡Gracias, Señor, porque me permites serte fiel y encontrarte cada día en mi particular camino de Emaús entre desconciertos, temores, tentaciones y dudas! ¡Gracias por mi trabajo porque me permite glorificarte a través del esfuerzo cotidiano! ¡Gracias por la persona que has puesto a mi lado para formar una familia.


La vida en el matrimonio no es sencilla, Señor, pero me la has entregado para constituir una familia cristiana basada en el amor y en el respeto! ¡Gracias por los hijos que nos has regalado, cada uno de ellos con sus particularidades y sus dones! ¡Gracias por mis amigos que me quieren, que rezan por mí y han estado a mi lado cuando más los necesitaba! ¡Gracias por mi grupo de oración en la parroquia, o en otros grupos de oración, por los encuentros de oración con los más pobres, por los que están más necesitados con los que comparto en el voluntario que me hacen pequeño pero consciente de que Tú estás presente en los desvalidos! ¡Gracias por los sacerdotes y consagradas que has puesto en mi camino! ¡Gracias por tantas personas anónimas que se cruzan cada día en mi camino, en mi trabajo, en mis iniciativas pastorales, en mis tiempos de ocio. Gracias, porque cada uno de ellos aporta algo nuevo a mi vida! ¡Gracias por todas las personas que leen estas meditaciones porque son un estímulo para seguir rezando desde el corazón y desde la fe! Gracias por las oportunidades que me ofreces cada día, por las esperanzas que se abren en el peregrinaje de la vida! ¡Gracias por que siempre me estás esperando con los brazos abiertos y la mirada misericordiosa. Gracias porque tienes una paciencia infinita conmigo y nunca te cansas de decirme: “Ven”! ¡Gracias, Señor, gracias!

Articulo original:
https://orarconelcorazonabierto.wordpress.com/2017/03/28/una-experiencia-del-amor-de-dios/




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