Los tres lingotes

   En cierta ocasión un rey, que tenía grandes poderes mágicos, poseía un lingote de hierro, otro de acero y otro más de oro.
   Acercándose una mañana a cada uno de ellos, queriendo comprobar la nobleza de los tres metales, les dijo:
   -Por vuestra nobleza os voy a recompensar con creces. ¡Pedid algo que deséis y os lo concederé!
  El primero de ellos (el hierro) con severidad le sugirió: conviérteme en mil lingotes de hierro para que, así, pueda servir más tu reino y yo pueda ser más fuerte que nadie. Así lo hizo el rey y el hierro se multiplicó por mil.
  Llegándose hasta el acero, le respondió: yo quisiera que me dieras la gracia de ser más poderoso que el hierro: quiero multiplicarme por 10.000 lingotes para, de esa manera, ser más fuerte que el hierro. Así lo hizo el rey.
  Pero, llegado hasta el lingote de oro, éste le contestó: mi rey y señor, soy feliz con lo que tengo y con lo que brilo. Servirte a tí es lo más grande. Conviérteme en un pequeño diamante para que, donde tú quieras, pueda acompañarte.
  El rey, sobrecogido por la sinceridad del oro, dirigiéndose al hierro le dijo: desde ahora con tu metal serás herraduras de todos mis caballos y te arrastrarás hasta desgastarte día y noche. A tí (acercándose al acero) serás fundido en miles de espadas que, manchadas con sangre, no te harán más poderoso sino sentirte triste por tanta muerte en el mundo.
  Y tú, lingote de oro, que pudiéndo ser infinitamente más rico, prefieres estar junto a mí, te convertirás en una pequeña piedra preciosa que todo el mundo admirará en el centro de mi corona real.
  Nunca, el hierro y el acero, lloraron tanto por estar uno en el suelo y, el otro, testigo de la sangre del mundo. Nunca hubo tanta felicidad en el oro que, podría haber sido tesoro, y prefirió quedarse cerca de su rey.
  Así nos puede ocurrir a muchos de nosotros: nos multiplicamos pensando que así seremos más felices y, a veces, olvidamos que DIOS lo que quiere y desea es que seamos ORO MOLIDO.
  ¿Qué quieres ser? ¿Hierro o acero? ¿Cómo es tu corazón y tu alma? ¿Hierro indómito y acero frío?
  Porque queremos estar junto a la corona que no se marchita, la del Gran Rey que es Dios, intentemos ser esas pequeñas piedras preciosas que se cultivan con amor, perdón, alegría, fe, eucaristía, contemplación, evangelio y mirando hacia el cielo. ¡ORO MOLIDO!

                                                                                                                         Javier Leoz.

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