Centralidad de la persona humana,
El discurso del Santo Padre al Parlamento europeo pasará a la Historia. Numerosos medios lo transmites en su integridad. Os ofrecemos estos framentos que nos han parecido de lo más significativo.
Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas.
En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta
hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el
cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador,
hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe
bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el
cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente,
a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la
tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las
situaciones y los problemas.
El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e
inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de
abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre
el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu
humanista» que, sin embargo, ama y defiende.
Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la
trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de
otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento.
En este
sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo
ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino,
sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su
crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la
laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de
la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que
la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad,
la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la
dignidad de la persona.
A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y
hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren
de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto
de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más
se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad
individual y colectiva». Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.
Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».
La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la
memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al
cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y
errores, también pecados, pero siempre animada por el deseo de construir
para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún,
en la de múltiples obras de caridad y de edificación humana común que
constelan el Continente.
Esta historia, en gran parte, debe ser todavía
escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra
identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para
crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la
concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.
Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la
Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la
persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con
valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente
y con esperanza su presente.
Ha llegado el momento de abandonar la idea
de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y
promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música,
valores humanos y también de fe.
La Europa que contempla el cielo y
persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la
Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de
referencia para toda la humanidad.
Gracias.
Que la Virgen Madre que no deja de acompañar al Santo Padre en su pastoreo, haga fructificar sus palabras para el bien de los hombres
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