Cuando vamos a misa el domingo, ¿cómo vivimos la Eucaristía?
¿Cómo vivimos la Eucaristía? Cuando vamos a
misa el domingo, ¿cómo la vivimos? ¿Es sólo un momento de fiesta, es una
tradición consolidada, es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o
es algo más?
Hay indicadores muy concretos para comprender cómo vivimos todo esto, cómo
vivimos la Eucaristía; indicadores que nos dicen si vivimos bien la Eucaristía o
no la vivimos tan bien.
1º- nuestro modo de mirar y
considerar a los demás. En la Eucaristía Cristo vive siempre de nuevo el don
de sí realizado en la Cruz. Toda su vida es un acto de total entrega de sí por
amor; por ello, a Él le gustaba estar con los discípulos y con las personas que
tenía ocasión de conocer.
Esto significaba para Él compartir sus deseos, sus
problemas, lo que agitaba su alma y su vida. Ahora, nosotros, cuando
participamos en la santa misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo
tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y
extranjeros; acompañados por familiares y solos...
¿Pero la Eucaristía que
celebro, me lleva a sentirles a todos, verdaderamente, como hermanos y hermanas?
¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con
quien llora? ¿Me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados?
¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
Todos nosotros vamos a misa
porque amamos a Jesús y queremos compartir, en la Eucaristía, su pasión y su
resurrección. ¿Pero amamos, como quiere Jesús, a aquellos hermanos y hermanas
más necesitados?
Por ejemplo, en Roma en estos días hemos visto muchos
malestares sociales o por la lluvia, que causó numerosos daños en barrios
enteros, o por la falta de trabajo, consecuencia de la crisis económica en todo
el mundo. Me pregunto, y cada uno de nosotros se pregunte: Yo, que voy a misa,
¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo por ayudar, acercarme, rezar por quienes tienen
este problema? ¿O bien, soy un poco indiferente? ¿O tal vez me preocupo de
murmurar: Has visto cómo está vestida aquella, o cómo está vestido aquél? A
veces se hace esto después de la misa, y no se debe hacer.
Debemos preocuparnos
de nuestros hermanos y de nuestras hermanas que pasan necesidad por una
enfermedad, por un problema. Hoy, nos hará bien pensar en estos hermanos y
hermanas nuestros que tienen estos problemas aquí en Roma: problemas por la
tragedia provocada por la lluvia y problemas sociales y del trabajo. Pidamos a
Jesús, a quien recibimos en la Eucaristía, que nos ayude a ayudarles.
2º- muy importante, es la gracia de sentirse perdonados y
dispuestos a perdonar. A veces alguien pregunta: «¿Por qué se debe ir a la
iglesia, si quien participa habitualmente en la santa misa es pecador como los
demás?». ¡Cuántas veces lo hemos escuchado!
En realidad, quien celebra la
Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere aparentar ser mejor que los
demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y
regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. Si cada uno
de nosotros no se siente necesitado de la misericordia de Dios, no se siente
pecador, es mejor que no vaya a misa. Nosotros vamos a misa porque somos
pecadores y queremos recibir el perdón de Dios, participar en la redención de
Jesús, en su perdón. El «yo confieso» que decimos al inicio no es un «pro
forma», es un auténtico acto de penitencia. Yo soy pecador y lo confieso,
así empieza la misa. No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo
lugar «en la noche en que iba a ser entregado» (1 Cor 11, 23). En ese pan
y en ese vino que ofrecemos y en torno a los cuales nos reunimos se renueva cada
vez el don del cuerpo y de la sangre de Cristo para la remisión de nuestros
pecados. Debemos ir a misa humildemente, como pecadores, y el Señor nos
reconcilia.
3º- Un último indicio precioso nos ofrece la relación entre la celebración
eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario
tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es
una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No.
Es precisamente una
acción de Cristo. Es Cristo quien actúa allí, que está en el altar. Es un don de
Cristo, quien se hace presente y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos con su
Palabra y su vida. Esto significa que la misión y la identidad misma de la
Iglesia brotan de allí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una
celebración puede resultar incluso impecable desde el punto de vista exterior,
bellísima, pero si no nos conduce al encuentro con Jesucristo, corre el riesgo
de no traer ningún sustento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la
Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla
con su gracia, de tal modo que en cada comunidad cristiana exista esta
coherencia entre liturgia y vida.
El corazón se llena de confianza y esperanza pensando en las palabras de Jesús
citadas en el Evangelio: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54).
Vivamos la
Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría
comunitaria, de atención hacia los necesitados y hacia las necesidades de tantos
hermanos y hermanas, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que nos ha
prometido: la vida eterna. Que así sea.
Papa Francisco, 12 de febrero 2014
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