Asunción de María
Celebramos la fiesta de nuestra
patrona, celebramos hoy el dogma de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.
Si quieres ser un cristiano
progre, modernillo, has de rechazar los dogmas. Has de decir: “soy cristiano, pero no me interesa el dogma”,
y entonces, en ciertos ambientes, quedarás como un rey. Y, si además, añades
que “los dogmas marianos son una
imposición obscurantista del siglo XX, para marcar distancias con el
protestantismo y con la modernidad”, entonces, ya parecerás un gran experto
en estas cuestiones.
Pero no te estarás dando
cuenta que al cargarte el dogma, el contenido del dogma, te cargas el sentido
de nuestra fe. Me explico: Celebramos hoy que María como representante de la
humanidad redimida, participa plenamente de la victoria de Cristo sobre el
poder destructor y corruptor del pecado y de la muerte.
Este dogma apunta hacia aquello
que es la esencialidad de nuestra fe, hacia el núcleo del cristianismo. No nos
podemos cargar el dogma sin cargarnos algo muy importante.
Hace un cierto tiempo me decía
un joven no creyente “que la vida era un
caos, un sin sentido, que para él todo acababa con la muerte, que después de la
muerte no había nada”. Y él se pensaba que yo le contradeciría, pero le dije:
“eres coherente, muy coherente”. Y se
quedó un poco descolocado. Y le digo “eres
coherente porque si la vida no tiene sentido, no tiene finalidad, no tiene una
razón última ¿por qué ha de haber vida después de la muerte?”.
En el trasfondo de todo ello,
surge la pregunta: “¿Hay sentido o no hay sentido?”. Pienso que necesitamos con
una urgencia atroz, no sólo saber de qué estamos hechos (qué nos revela nuestra
manera de ser: antropología), sino también para qué hemos sido creados.
La fe religiosa se preocupa, desde tiempos
inmemoriales, de averiguar “el porqué de todo ello”, mirando de dar razones y
motivos para pasar, con el máximo de sentido, esta vida frágil y huidiza. La
modernidad ha relativizado una tarea tan fundamental, cualificándola de infantil,
de ingenua y de obsoleta. Y así nos luce el pelo. ¡Como si pudiéramos
prescindir de un sentido global del vivir! ¡Como si fuera una insignificancia tener
un sentido que nos estimule y nos esperance!
El sentido no se improvisa, un universo de sentido no se puede
generar alrededor de una mesa de creativos de una empresa publicitaria. Aunque lo
intenten sólo engendran sucedáneos que engañan el ansia de sentido, pero no la
satisfacen. Entendedme: “"Montserrat" no se improvisa”: son muchos siglos
de historia, de estudio, de oración, de compromiso, de disciplina, de “ora et
labora”, de amor y de fe. ¡¡Muchos siglos!!
Alguien dijo un día que la vida no tiene
sentido y, no sé porque, nos lo creímos. Yo diría que tenemos instalada
esta presuposición en la médula de nuestra
infraestructura moral. Vivimos, consumimos, trabajamos, nos divertimos, amamos,
muchas veces, como si la vida no tuviera sentido e hiciera falta apurar
desesperadamente la poca savia que se le puede exprimir.
¿Y si mi inquietud interna es porque
falta sentido a mi vida? ¿Y si mi tristeza
es porque falta sentido y esperanza en mi vida? ¿Y si me cuesta tanto amar y darme,
es porque falta sentido a mi vida?
¿Y si la vida tuviera sentido? ¿Y si
no necesitásemos grandes montajes ni dopajes de ninguna clase para ser felices?
¿Y si se pudiera poseer la felicidad de una manera estable? ¿Y si gracias a la
fe, la vida tuviera otro color? ¿Y si nos
estamos perdiendo lo que Dios, bueno y generoso había pensado para nosotros? ¿Y
si gracias a la fe, mi vida pudiera dar un cambio? ¿¿¿Y si Cristo es el sentido
de todo???
Hoy miramos a María, nuestra patrona,
ella asunta al cielo en cuerpo y alma, nos habla del sentido de la vida. Ella
humilde (“soy la esclava del Señor”),
nos habla del sentido de la vida. Ella dócil a Dios (“hágase en mí, según su palabra”) nos habla del sentido de nuestra vida. Ella agradecida (“Proclama mi alma la grandeza del Señor”)
nos habla del sentido de la vida. Ella la servidora (María se fue decididamente
a casa de Isabel) nos habla del sentido de nuestra vida.
Que María, madre nuestra, nos ayude a
descubrir o a profundizar el sentido de nuestra vida que está escondido en
Cristo.
Mosén Francesc Jordana
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