¿Quién manda en nuestro corazón?

No podemos servir a dos amos, a Dios y al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». Es lógico, porque dos jefes pueden pedirnos cosas contradictorias. El dinero, el poder, el mundo.

No es malo el mundo. Una persona me comentaba: «Me encantaría disfrutar más del mundo y no ver en él sólo el pecado». Es el peligro de quedarnos sólo en el mal que hay en el mundo. En ese mal que escuchamos en las noticias. En ese mal que lleva al hombre a su perdición.

Pero en el mundo también hay bondad, alegría y vida. Hay hombres santos y buenos. Sí, la vida es bella, con sus alegrías temporales y pasajeras. Una vida auténtica y plena. Una vida en la que disfrutar de los momentos como un don sagrado de Dios.

Al cristiano le gusta el mundo, la vida. Le gustan las tiendas, y el dinero, y el deporte, y la cultura. Le gustan la música y la montaña. Una obra de arte, un paisaje lleno de misterio. ¡Cómo despreciar la belleza que sólo el hombre puede apreciar! La vida es bella, el mundo merece la pena.

Pero es distinta esta pasión por el mundo y por el hombre que la dependencia del poder y del dinero. ¿Quién manda en nuestro corazón? ¿Quién es el Señor que nos gobierna?

El hombre sufre en el mundo porque en su vida manda el dinero. Los criterios los determina el dinero. Pensamos las cosas para ver cómo ganar más, vivir mejor, mantener la posición alcanzada, lograr lo que no tengo. El dinero puede llegar a obsesionarnos.

Y, junto al dinero, se halla el afán de poder, de mandar, de decidir. Sí, a todos nos atrae el poder. A veces incluso nos vendemos por un poco de poder.Queremos servir al dinero y luego decimos que servimos a Dios.

Pero no se puede servir a dos amos. Como dice el salmo: «Descansa sólo en Dios, alma mía, porque de Él viene la salvación. Mi esperanza, mi roca firme, mi refugio. Confiad en Él, desahogad ante Él vuestro corazón». Sal 61, 2-3. 6-7. 

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