Domingo laetare
Estamos ya en el IV domingo de cuaresma. Domingo laetare, domingo de la alegría.
Alegría porque empezamos a intuir la cercanía de la pascua, en la que esperamos
vivir un renacer en nuestra vida cristiana con Jesucristo. ¡Y por esto estamos
alegres!
Estamos en un punto de la cuaresma en el que es
conveniente examinar si realmente nos sentimos urgidos, interpelados, por la
llamada de Dios Padre, que nos llama a la conversión. ¡Examinémoslo! Se trata
de una llamada que no puedo eludir, no puedo hacerme el desentendido. Es una
llamada a morir durante la cuaresma al pecado, para resucitar en pascua a la
vida nueva de Cristo.
Como
la Samaritana, el ciego de nacimiento hace un proceso de fe, y lo hace dialogando
con Jesús. Nuestra fe avanza en el diálogo con Jesús.
El ciego
comienza hablando de Jesús como “Ese
hombre”, más adelante dirá: “Que es
un profeta”, y finalmente, acaba confesando su fe en el Hijo del hombre y
adora a Jesús. Es el proceso que de una manera o de otra, tendríamos que hacer
todos nosotros:
. Reconocemos a Jesús como un gran hombre,
excepcional por su vida y su mensaje.
. Lo descubrimos como profeta, que habla y actúa
en nombre de Dios.
. Lo confesamos como Hijo de Dios cuando lo dejamos
entrar en nuestra vida. Y nos relacionamos con Él, y tenemos con Él un trato de
amistad.
Este
itinerario de encuentro que hace el ciego de nacimiento es tremendamente pedagógico.
Y es un itinerario que nos hace falta hacer, y que quizás, no lo hemos hecho y
explico el motivo: cuando éramos pequeños y nos educaron cristianamente, nos enseñaron
qué teníamos que cumplir; teníamos que ir a misa, teníamos que seguir unas normas,
unos mandamientos, una moral, y esto era ser cristiano. Y así nos han subido a
todos, no a los más jóvenes. Pero esto en muchos casos no funciona, porque
falta lo que da solidez a todo esto, que es el encuentro personal con Jesucristo.
Por
esto los tres últimos papas han insistido tanto en el encuentro personal, de
cada uno, con Cristo. Pensadlo: ¿de pequeños, de qué os hablaban de cumplir o
de encontrarse con Cristo? A mí de cumplir.
Y
el ciego de nacimiento es modelo de este encuentro con Jesús como hombre sabio,
con Jesús como profeta que habla en nombre de Dios, con Jesús como Hijo de Dios,
que entra en mi historia. ¿Cómo encontrarnos con Él si no leemos el evangelio? ¿Cómo
encontrarnos con Él si no hacemos diálogo, oración, a partir del evangelio, donde
Él nos está hablando? ¿Cómo?
Este
encuentro/amistad es un proceso que nos dura toda la vida, y que por tanto, siempre
estamos a tiempo de encontrarnos con Él. Este encuentro nos enamora de Jesús, y
desde el amor haces mucho más que lo que pide “la ley”, mucho más que el mero cumplimiento.
En
castellano, decimos “cumplimiento”: “cumplo” y “miento”. Que nuestra vida no sea
“cumplo y miento” sino “encuentro personal”.
Hemos
puesto el foco sobre el ciego, pongámoslo ahora sobre los fariseos. En ellos se
nos presenta el pecado del hombre religioso, nuestro pecado. Fijémonos en lo
que ha pasado. Ante un milagro evidente, la reacción de los fariseos ha sido:
• Convierten en argumento a favor suyo que Jesús
cure en sábado. “Este hombre no viene de
Dios, porque no guarda el sábado”.
• Intentan que el ciego acepte sus argumentos.
• No se creen la historia del ciego, hablan con
los padres.
• No se creen a los padres del ciego.
• Vuelven a hablar con el que era ciego, y ante
el lógico razonamiento del ciego, lo acusan de pecador y lo expulsan de la
sinagoga.
¿Qué
pasa aquí? Aquí está el “meollo” de este evangelio: Lo que pasa es que los
fariseos no quieren ver. Estan tan aferrados a su “montaje” que están ciegos para
descubrir que Jesús es ¡la luz! No quieren ver que Jesús es luz para sus vidas.
El que sólo cumple, tampoco ha descubierto a Jesús como luz para su vida.
Y así
se produce una situación curiosa: el ciego que se reconoce ciego (deseoso de
ver), es el que ve, y los fariseos que se piensan que ven, están ciegos.
Lo
dice Jesús al final del evangelio, “…para
que los que no ven, vean” el que se reconoce ciego, es el que ve: Y “y los que ven queden ciegos”, quien dice
que ve, es el ciego.
La
conclusión de todo ello: tamos ciegos, somos ciegos, y sólo Jesús nos puede
iluminar, dar luz. Y si nos pensamos que vemos, malo. Que buena la frase de la
primera lectura: “Aquello que el hombre ve, no es aquello que vale”
Dice Jesús: “Pero
como decís que veis, vuestro pecado persiste”, ¿cuál es el origen de su
problema?: dicen que ven. Es el pecado
de la autosuficiencia, de la soberbia, del orgullo, del hacer la mía, es el “yo
ya sé”. Nos ponemos nosotros en un pedestal y así apartamos a Jesús de nuestra vida.
A todos, con más o menos intensidad, nos está pasando todo
esto. Y de aquí sólo salimos, encontrándonos verdaderamente con Jesús en el evangelio...
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