Mirar a Cristo desde Maria

   María nos muestra a su Hijo Jesucristo en tres momentos fundamentales. Lo hace, en primer lugar, en la encarnación y en la natividad, en Nazaret y en Belén. Allí Dios se hace hombre en la humildad de nuestra carne, en la debilidad de nuestra condición humana. El Niño Jesús, que porta y enseña María, en Mariazell y en tantos otros santuarios e imágenes marianas nos habla de humildad, de pequeñez, de sencillez, de cercanía, de ternura, de pobreza. De este modo, nos llama a hacernos también nosotros pequeños, a descender de nuestros tronos de prepotencias, seguridades y valores materiales y mundanos. En Nazaret y en Belén, María nos muestra en su Niño Jesús el camino de la humildad, que es siempre el camino de la victoria del amor.
   En Caná de Galilea, en el comienzo del ministerio público de Jesucristo, María nos dice “Haced lo que El os diga”. Y ese lo que es El os diga es la Palabra de Dios. María nos enseña así a encontrar a Jesús en el Evangelio, en la Sagrada Escritura, en la Palabra de Dios, que es la hermosa, salvadora y liberada carta de amar jamás escrita.
   María, en Jerusalén, en el monte llamado Calvario, nos muestra Jesús en la cruz, con los brazos extendidos entre el cielo y la tierra, uniendo, abrazando para siempre a Dios y al hombre; con el costado abierto por la lanza del que brota la sangre y el agua de sus Sacramentos y de su vida para siempre; con la mirada y los labios en plegaria, en entrega y en atención hacia los demás. En la cruz, María nos enseña la apoteosis del amor de Dios, la historia del amor más grande y nos exhorta el necesario camino de la solidaridad cristiana y de completar en nosotros a lo que le falta a la pasión de su amor de su Hijo.
   Por ello necesitamos apremiantemente mirar a Cristo y aprender de Él.
  Necesitamos que María nos nuestra a Jesús, fruto bendito de vientre, plenitud del hombre, futuro de la humanidad y sabiduría verdadera de la vida.

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