“La vida consagrada en el Año de la Fe”.



  Recuerdo que en las tesis y en las discusiones de la filosofía escolástica existe un momento inicial que se suele denominar “explicación de los términos”. Se trata, nada más y nada menos, que de exponer el sentido y el alcance que se da a los conceptos usados en la exposición y la defensa de una tesis o posición determinada. Por cierto, ¡cuántos malentendidos se podrían evitar cada día en la vida ordinaria si tuviéramos la disciplina de explicar, previamente, los conceptos utilizados!
  Explico, pues, que por “vida consagrada” entiendo ahora los miembros de las órdenes y congregaciones e institutos religiosos, y de nuevas realidades eclesiales, los hombres y mujeres que han consagrado su vida al Señor siguiendo los consejos de pobreza, castidad y obediencia, haciendo de su compromiso un gran servicio a la Iglesia y al mundo.
  El 2 de febrero, celebramos la fiesta de la Presentación del Señor al templo. María y José cumplen en Jesús lo que prescribía la ley de Moisés sobre la presentación y ofrenda de los hijos primogénitos a Dios. Jesucristo se ofrece al Padre y en el cumplimiento del designio de éste lleva a cabo la redención del mundo. 
  En sintonía con el sentido de ese día, son muchos los religiosos y religiosas que renuevan su consagración a Dios, porque la fiesta de la Presentación del Señor –la popular fiesta de la Candelaria- y la vida religiosa tienen una profunda sintonía
   Cristo, unido por el amor al Padre y al Espíritu Santo, se ofrece para cumplir la voluntad divina y salvar a la humanidad. A semejanza de Cristo y unidos a él, los religiosas hacen ofrenda a Dios de toda su persona. Como recuerda el Concilio Vaticano II, “por los tres consejos evangélicos, el religioso se entrega totalmente al servicio de Dios amándole por encima de todo, y para poder recoger frutos más abundantes de la gracia bautismal” (cf. LG 44).
   Para la Jornada de este año, en sintonía con la proclamación de un tiempo especialmente dedicado a la virtud teologal de la fe, se ha escogido este lema: “La vida consagrada en el Año de la Fe”. Se trata de presentar la vida de esas personas especialmente entregadas a Dios como un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. 
  Todo bautizado está llamado a serlo, pero los religiosos y religiosas lo son de una manera especial. Y se les puede aplicar muy bien lo que dice el Papa a propósito del Año de la Fe: “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de quienes, iluminados en la mente y en el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, aquella que no tiene fin” (Porta fidei, 15).  
  También en nuestra diócesis deseo acoger el día 2 de febrero a muchos religiosos y religiosas de nuestra Iglesia particular de Terrassa. Deseo expresarles mi gratitud y mi afecto. Y decirles, ante toda la diócesis, lo que el reciente Sínodo les ha dicho en el Mensaje final al Pueblo de Dios. “Que llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia”.
 + Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

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