El Papa de lo esencial


Entre los comentarios surgidos al calor de la noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI a su cargo, me ha llamado especialmente la atención uno que lo calificaba como El Papa de lo esencial.
  Me gusta esta formulación. Algunas de sus frases que más me impresionaron al leerlas, y me siguen impresionando, son éstas:  
«En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. […] El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación… Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo.» (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre, 10 de marzo de 2009).
  Esta ‘prioridad suprema y fundamental’ ha estado continuamente presente en su magisterio doctrinal y pastoral, tan abundante, y en toda su actividad como papa; pero, de modo muy especial en sus tres encíclicas, Deus caritas est (Dios es amor, 2005), Spe salvi (Salvados en esperanza, 2007) y Caritas in veritate(La caridad en la verdad, 2009). 
La primera trata sobre el amor cristiano, a Dios y a todos los hombres; la segunda, sobre la esperanza cristiana en nuestra vida en el mundo, con proyección más allá de ella; y la tercera, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
No obstante la particularidad de los temas tratados en cada una de ellas, es posible descubrir en su fondo una línea de pensamiento sumamente coherente y convergente. 
  Estos son sus elementos: 
-la presentación diáfana del proyecto de Dios sobre el hombre y la humanidad entera
- la insatisfacción del anhelo de éste mientras no llegue a la realización de ese proyecto; 
- y las consecuencias bienhechoras que de ella derivan para cada persona y para toda la humanidad. 
  Un Dios amante y amigo del hombre, no su rival ni su guardián, que sale a su encuentro y le ofrece su amor incondicionado y en él la plenitud de su desarrollo y felicidad. El Dios que hermana a todos los hombres en Jesús, su Hijo, y hace de la humanidad una gran familia. En el que se puede confiar absolutamente, porque ofrece y fundamenta la esperanza ‘grande’, que cruza toda nuestra existencia, presente y futura, más allá de las esperanzas ‘pequeñas’ y cortas, que presenta la vida, pero que pronto se marchitan y caen con el paso de los días. 
  Un Dios que no está ausente de la lucha cotidiana de nuestra existencia, sino entrañado en la urdimbre de nuestras relaciones interhumanas, llamándonos siempre a humanizarlas más y más hasta convertirlas en relaciones entre hermanos. El motor del desarrollo integral humano, como Dios lo quiere, en la caridad y la verdad, no es, según Benedicto XVI, la competitividad, sino «el principio de gratuidad como expresión de la fraternidad».
  Es así como él ha intentado «hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres al acceso a Dios.» En la presentación de esta visión, tan elaborada, impresiona desde luego el conjunto de ideas que se exponen y su articulación, pero no menos el tono de radical convicción y veracidad –y consiguiente credibilidad– con que se formulan, y el nivel profundo de comunicación en que se sitúan. 
  El papa ‘maestro’ ha hablado a lo más hondo del corazón del hombre actual más directamente que a su mente, dialogando con sus anhelos e inquietudes y su sueño de felicidad completa. 
Ojalá haya logrado y siga logrando su admirable intento, y nosotros podamos contribuir a ello.
                                                               P. Urbano Valero, sj

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