UN TIEMPO PRECISO Y PRECIOSO

    
    ¿Qué tiempo hará? No nos referimos a la meteorología. Eso nos lo dan todos los días en la TV. En todos los canales. Y en la prensa. A decir verdad, la gente está muy pendiente del tiempo; diría que muy interesada por conocer el tiempo que nos espera. ¡Para qué! Pués para “matarlo” como dicen. ¡Qué pena! Aquí nos referimos a otro tiempo, a nuestro propio tiempo personal.
    Se dice y se repite machaconamente que no hay tiempo para nada, que esta vida es un agobio, que todo el mundo va corriendo, etc. 

    ¿Qué nos pasa con el tiempo? ¿Qué hemos hecho con él? ¿Se nos ha ido, se ha escapado? ¿O acaso le hemos perdido como la fe? ¡Pues parece que ni para creer tenemos tiempo! Nos hemos vuelto pobres, pobrísimos de tiempo. Si con la crisis económica se nos ha esfumado el dinero y el trabajo y la paz social, antes ya nos habíamos quedado sin tiempo. La sociedad de consumo ha consumido hasta nuestro tiempo. Tanto que ahora ya no tenemos de qué vivir ni tiempo para vivir. De este modo nos hemos convertido en veletas que giran y giran según de dónde venga el viento, sin que pueda decidir por sí misma el norte. ¡Y claro, estamos agobiados y desnortados! Por eso mismo despersonalizados y descristianizados. ¡Si, si, no nos enfademos!
     Carentes de tiempo no sabemos gozar. 
 
    Al llegar el verano, -tiempo de espacios abiertos, de luz y vitalidad, de días más largos y cálidos; tiempo de mayor holganza; tiempo para tener más tiempo-, es muy oportuno y más que nunca indispensable, para bien nuestro y de los demás, caer en la cuenta de aquellas palabras de la Escritura: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Esta sabia afirmación nos lleva a pensar que somos nosotros, cada uno de nosotros, quienes hemos de elegir qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. Seremos sabios y cristianos, si clarificamos nuestra escala de valores: de lo más importante a lo menos, de lo principal a lo accesorio y secundario. 
 
    Desde ese momento empezamos a ser y a vivir como Dios quiere que vivamos. Cabe y es urgente preguntarse: 
             ¿qué estoy haciendo con mi tiempo? Y ponerse manos a la obra. 
            ¿Cómo estoy evangelizándome? ¡Es urgente! Tomo el Evangelio diario y lo rumio, lo oro, me lo aplico y me lo aprendo para vivirlo hoy. 
            ¿Cómo estoy asemejándome a Cristo? ¡Un tiempo muy precioso! Como Cristo tengo momentos para estar a solas con el Padre, mi Padre que tanto me ama. Le entrego mi pobreza y me vacío de mí. Acojo su amor, me lleno de él, descanso con él. Desde ahí es más fácil amar a los demás, verles con los ojos del Padre como hermanos queridos, dedicarles tiempo. Los otros, los más necesitados que yo, me necesitan: les doy mi tiempo, pues les debo amor. 
           ¿Cómo vivo la Iglesia, cómo intento ser Iglesia? ¿Me siento Iglesia? Participo en la Eucaristía, me uno a la comunidad, comulgo, adoro. Vivo el domingo como día pascual, dando alegría a los míos: familiares, amigos, enfermos. 
    ¡Me espera así un verano maravilloso! La Biblia, a renglón seguido del texto antes citado, añade: “Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar”. O sea, es tiempo de reaprender a vivir, haciéndolo todo de una manera nueva: más serena, más auténtica porque más humana y más cristiana, como Dios nos enseña y pide. 
     De este modo, como quien juega, morimos a una vieja manera de vivir “matando el tiempo”, que es la mayor torpeza
     Verano: tiempo preciso y precioso, regalo de Dios puesto en las manos del hombre para gozar y disfrutar de otra manera más humana y cristiana. 
  
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y lo aprenderás.

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