CIRUJÍA DEL CORAZÓN

Siempre ha sido así, pero hoy más que nunca: el corazón del hombre está  muy enfermo. Sufre tanto que a diario parece como que el corazón se le paraliza y la vida se le va. Y es verdad, se le escapa sin que pueda detenerla y sin haber logrado lo que quería: no sufrir y siempre gozar; como sea, pero gozar más y más.
Y como no puede ser así, aumenta su hondo dolor. Para paliar ese dolor busca el placer a toda costa y de modo irresponsable. Por todos los poros de su cuerpo y de su deseo egocéntrico de tener, el hombre busca el gozo sensible que le haga feliz, -piensa él-. Busca sin descontrol saciarse un momento siquiera. Busca mal y se engaña. 
No puede más. Está a punto de estallar. Hecho por amor y para amar, el corazón humano ni ama ni quiere amar. Aquí radica su mal. Su profunda infelicidad. 
Tiempo atrás, Juan Pablo II lo había afirmado ya: “La enfermedad del hombre de hoy es una enfermedad de corazón: el corazón de piedra y egoísta”.
Y siglos antes, Jesús había enseñado: “De dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.
Está claro. Hoy como ayer, lo que está en juego es el corazón del hombre: su bondad o su maldad, su salud o su enfermedad.
Es verdad y está a la vista: Nada hay más retorcido, traidor, falso y enfermo que el corazón, ¿quién lo conoce? Hoy como ayer, el corazón humano está necesitado de una URGENTE CIRUGÍA. Carente de amor, está enfermo de muerte. Es necesario cambiar de corazón: un trasplante, eso es la conversión.
Pero ¿quién lo convertirá o le pondrá ese corazón nuevo?
Para realizar esa cirugía hay que ponerse en manos del cirujano cardíaco. El mejor que tenemos y que conoce el corazón humano como nadie.
¿Quién es? Yo, el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres, para trasplantarlo. Quitaré de su cuerpo el corazón de piedra (duro, frío, violento y egoísta) y les daré un corazón de carne (nuevo, amoroso, fraterno, sensible y entregado). Es Dios, Jesucristo, con el Amor de su Espíritu.
Quien ha pasado ya por su mano, asegura que tiene “mano de santo”. Y un bisturí que no hace daño: es la inmensa  e infinita misericordia del Señor.
¿Dudará alguien ponerse en sus manos? Es oportuno hacerlo.
Urgente. ¿Y cómo?
1º Volverse al Señor con fe total, humilde confianza y reconocerle como único Señor.
Reconocer y asumir que el propio corazón no da más, está atrofiado, se es responsable de ello, y uno no puede cambiarse así mismo el corazón. 3º Al mismo tiempo, dejarse amar por el Señor con ese Amor apasionado y personalizado que sólo Él tiene.
4º Sólo entonces, sentirá su corazón cambiado y transformado. Será capaz de amar y hacerlo con el Amor nuevo que le ha sido implantado: el mismo Amor de Dios.
5º Estrenar ese amor cada día: olvidarse un poco más de sí y darse sirviendo a Dios y a los demás. Toda la vida, exterior e interior, ha cambiado. La obra es de Dios. Lo nuestro, desearlo y quererlo. Después, uno se siente feliz y hace feliz a los demás. ¿No estamos todos deseándolo?
Eres el primero de la lista. Alégrate.
El cirujano está listo. El bisturí preparado.
La cita también: el 9 de marzo, miércoles de Ceniza e inicio de la Santa Cuaresma.  
P. Gregorio Rodriguez, cpcr


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