"Ya no habrá más noche"
La vida del hombre se juega entre el
día y la noche. El tiempo es la oportunidad de hacer camino y solo en
el instante presente es posible decidir hacia dónde dirigirme.
El confinamiento es hoy la única posibilidad que tenemos entre las manos. Parece que los recursos que en un principio eran de suma relevancia, van perdiendo su brillo. El horario cerrado, el deporte seguido de la preparación de un postre con los más pequeños de la casa, la alegría por estar juntos durante horas, situación poco frecuente en nuestra cotidianidad…, todo lo que era una novedad, a fuerza de repetirlo a lo largo de las semanas, es ya una losa que pesa y trae a nuestros entornos más cercanos tristezas desconocidas, apatías olvidadas, angustias insospechadas, soledades ensordecedoras y, en general, una desidia insoportable.
Podríamos decir que esta situación que vivimos es una noche. La noche más allá de ser tiempo, es una experiencia humana ambivalente, temerosa, donde los contornos claros que el día nos dibuja, se pierden, donde la densidad de la oscuridad arranca de nuestra vista los horizontes que durante el día nos llaman y nos hacen caminar con esperanza más allá de nosotros mismos.
En la Escritura, la noche es el tiempo de la prueba y la esperanza está puesta en la aurora que vendrá. Sin embargo, la noche, atravesada por la Pascua que estamos celebrando, ya no es necesariamente espacio de confusión sino de vida, porque la Luz ha brillado en las Tinieblas.El Viernes Santo, al leer la pasión, contemplábamos a Judas saliendo del Cenáculo para traicionar al Maestro y el evangelista dice: “Era de noche”. Hoy, Lunes de la II Semana de Pascua, leemos en el Evangelio que Nicodemo se acerca a Jesús de noche también y, en este caso, no para una traición, sino buscando una palabra luminosa.
El confinamiento es hoy la única posibilidad que tenemos entre las manos. Parece que los recursos que en un principio eran de suma relevancia, van perdiendo su brillo. El horario cerrado, el deporte seguido de la preparación de un postre con los más pequeños de la casa, la alegría por estar juntos durante horas, situación poco frecuente en nuestra cotidianidad…, todo lo que era una novedad, a fuerza de repetirlo a lo largo de las semanas, es ya una losa que pesa y trae a nuestros entornos más cercanos tristezas desconocidas, apatías olvidadas, angustias insospechadas, soledades ensordecedoras y, en general, una desidia insoportable.
Podríamos decir que esta situación que vivimos es una noche. La noche más allá de ser tiempo, es una experiencia humana ambivalente, temerosa, donde los contornos claros que el día nos dibuja, se pierden, donde la densidad de la oscuridad arranca de nuestra vista los horizontes que durante el día nos llaman y nos hacen caminar con esperanza más allá de nosotros mismos.
En la Escritura, la noche es el tiempo de la prueba y la esperanza está puesta en la aurora que vendrá. Sin embargo, la noche, atravesada por la Pascua que estamos celebrando, ya no es necesariamente espacio de confusión sino de vida, porque la Luz ha brillado en las Tinieblas.El Viernes Santo, al leer la pasión, contemplábamos a Judas saliendo del Cenáculo para traicionar al Maestro y el evangelista dice: “Era de noche”. Hoy, Lunes de la II Semana de Pascua, leemos en el Evangelio que Nicodemo se acerca a Jesús de noche también y, en este caso, no para una traición, sino buscando una palabra luminosa.
La
noche, metáfora del dolor, la angustia, la duda, el mal, es, por tanto,
la oportunidad de decidir una traición, o de salir en busca del
Maestro, de Aquél que ha dicho de sí mismo: “Yo soy la Luz del mundo”.
Nada está decidido en nuestra vida. Ninguna noche, ninguna tiniebla, ni siquiera la que hoy lleva por nombre CORONAVIRUS, con el dolor que trae consigo, con las pérdidas y ausencias, con las distancias y soledades, con los duelos no realizados, con las esperanzas truncadas…, ni siquiera esto, puede frenar la posibilidad de salir de casa, aunque sea de noche, salir de nuestra desesperanza y dirigir nuestra mirada a Jesús que nos invita a nacer de nuevo, a vivir al soplo del Espíritu, a danzar al ritmo de un amor que es luz sin tiniebla alguna, que es Estrella de la mañana, Luz incandescente, vida sin fin.
Nada está decidido en nuestra vida. Ninguna noche, ninguna tiniebla, ni siquiera la que hoy lleva por nombre CORONAVIRUS, con el dolor que trae consigo, con las pérdidas y ausencias, con las distancias y soledades, con los duelos no realizados, con las esperanzas truncadas…, ni siquiera esto, puede frenar la posibilidad de salir de casa, aunque sea de noche, salir de nuestra desesperanza y dirigir nuestra mirada a Jesús que nos invita a nacer de nuevo, a vivir al soplo del Espíritu, a danzar al ritmo de un amor que es luz sin tiniebla alguna, que es Estrella de la mañana, Luz incandescente, vida sin fin.
Con Él, aún en la densa oscuridad, la noche es claro día. Vivir la Comunión con Cristo es poder decir con el Apocalipsis que “ya no habrá noche” (Ap 21, 15), porque las que existen y de las que no queremos huir porque son escuelas de vida, atravesadas por la Pascua, son grietas de salvación.
Vayamos hoy, con Nicodemo, al encuentro de Jesús. Hagámoslo, tal y como es la realidad, de noche, pero avancemos con la certeza de que la Luz, su Vida, ya ha vencido; y nosotros, sus hijos amados, con Él.
Hna Patricia, o.s.a.
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