DON DE FORTALEZA


 

QUINTO DÍA DE LA NOVENA DE PENTECOSTÉS

En las catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del
Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia y consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor: Él
viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don
de fortaleza.
Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos ayuda a captar la importancia de este don.
Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo
que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso
o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo
lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto (cf. Mc 4, 3-9; Mt 13, 3-9; Lc 8, 4-8). Como
Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce
abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo
con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de
permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno
de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que
pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera
auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera
también de muchos impedimentos.
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se
manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar
experiencias particularmente duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres
queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas
que no dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su
Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen
celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso
cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto.

También nosotros, todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles,
numerosos dolores. Pero, pensemos en esos hombres, en esas mujeres que tienen una vida
difícil, que luchan por sacar adelante la familia, educar a los hijos: hacen todo esto porque
está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos hombres y mujeres —nosotros no
conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque
son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y
hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de
nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres,
de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al
Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen
dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si
ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el
don de fortaleza.
No hay que pensar que el don de fortaleza es necesario sólo en algunas ocasiones o
situaciones especiales. Este don debe constituir la nota de fondo de nuestro ser
cristianos, en el ritmo ordinario de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, todos los
días de la vida cotidiana debemos ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar
adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que
nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
Cuando afrontamos la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos
esto: «Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza». El Señor da la fuerza, siempre,
no permite que nos falte. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos
tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».
Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de dejarnos llevar por la pereza o,
peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las fatigas y las pruebas de la vida. En
estos casos, no nos desanimemos, invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don
de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra
vida y a nuestro seguimiento de Jesús.
Catequesis del Papa Francisco. 14 de mayo de 2014
.

Pregunta para este día:
¿En qué medida sigo a Jesucristo, cargando con mi propia cruz, sin quejarme y
ofreciéndolo todo por amor a Cristo y a los demás?
Consigna para vivir este día:
“Aceptaré cada una de la situaciones que me sobrevengan, sean buenas o malas, sin
quejarme ni protestar”.
Oración al Espíritu Santo pidiendo el don de Fortaleza
Espíritu Santo, que iluminas mi vida, que me sostienes en mi debilidad, y me das la
fortaleza que necesito para afrontar los retos de la vida, corona con tu presencia todas las
virtudes que atesoro y dales las consistencia necesaria para perfeccionarme en el devenir
de la vida. Dame también la fortaleza para emprender obras grandes y pequeñas que den
gloria a Dios, practicar con perfección y perseverancia las virtudes.
No permitas que me quebrante cuando no se haga mi voluntad,
cuando las cosas no salgan como las tengo previstas, para aprender a renunciar
a lo que me ata a este mundo.
Conviértete, Espíritu Divino, en el brazo que me sostiene, sé tu mismo el adalides de todos
mis esfuerzos y luchas cotidianas, el cimiento de gracia sobre el que asentar mi vida tantas
veces frágil y quebradiza. Hazme ver que cada vez que renuncio a mis intereses mundanos
y a mi voluntad estoy haciendo un camino de amor a tu lado.
Hazme también constante en la oración y no permitas que la abandone por cansancios,
distracción, aridez o tibieza y ayúdame a orar sin desfallecer. Robustéceme para que,
liberados de todo peligro, alcance con alegría y esperanza la meta de mi peregrinación.
Amén.


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