SAN PABLO Y LA RECONCILIACIÓN
El encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó
radicalmente la vida de san Pablo. A partir de entonces, el significado de su
existencia no consiste ya en confiar en sus propias fuerzas para observar
escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo al amor gratuito
e inmerecido de Dios, a Jesucristo crucificado y resucitado.
De esta manera, él advierte la irrupción de una nueva vida,
la vida según el Espíritu, en la cual, por la fuerza del Señor Resucitado,
experimenta el perdón, la confianza y el consuelo. Pablo no puede tener esta
novedad sólo para sí: la gracia lo empuja a proclamar la buena nueva del amor y
de la reconciliación que Dios ofrece plenamente a la humanidad en Cristo.
Para el Apóstol de los gentiles, la reconciliación del
hombre con Dios, de la que se convirtió en embajador (cf. 2 Co 5,20), es un don
que viene de Cristo. Esto aparece claramente en el texto de la Segunda Carta a
los Corintios, del que se toma este año el tema de la Semana de Oración por la
Unidad de los Cristianos: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia» (cf.
2 Co 5,14-20). «El amor de Cristo»: no se trata de nuestro amor por Cristo,
sino del amor que Cristo tiene por nosotros.
Del mismo modo, la reconciliación a la que somos urgidos no
es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación
que Dios nos ofrece en Cristo. Más que ser un esfuerzo humano de creyentes que
buscan superar sus divisiones, es un don gratuito de Dios. Como resultado de
este don, la persona perdonada y amada está llamada, a su vez, a anunciar el
evangelio de la reconciliación con palabras y obras, a vivir y dar testimonio
de una existencia reconciliada.
En esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo
anunciar el evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? Es
el mismo Pablo quien nos ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que la
reconciliación en Cristo no puede darse sin sacrificio. Jesús dio su vida,
muriendo por todos.
Del mismo modo, los embajadores de la reconciliación están
llamados a dar la vida en su nombre, a no vivir para sí mismos, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos (cf. 2 Co 5,14-15). Como nos enseña Jesús, sólo
cuando perdemos la vida por amor a él es cuando realmente la ganamos (cf. Lc
9,24). Es esta la revolución que Pablo vivió, y es también la revolución
cristiana de todos los tiempos: no vivir para nosotros mismos, para nuestros
intereses y beneficios personales, sino a imagen de Cristo, por él y según él,
con su amor y en su amor.
Para la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una
invitación a no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a no depender de
las oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar el camino con la
mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro único programa de
vida.
Es también una invitación a salir de todo aislamiento, a
superar la tentación de la autoreferencia, que impide captar lo que el Espíritu
Santo lleva a cabo fuera de nuestro ámbito. Una auténtica reconciliación entre
los cristianos podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás
y seamos capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros, sin
esperar que sean los demás los que aprendan antes de nosotros.
Si vivimos este morir a nosotros mismos por Jesús, nuestro
antiguo estilo de vida será relegado al pasado y, como le ocurrió a san Pablo,
entramos en una nueva forma de existencia y de comunión. Con Pablo podremos
decir: «Lo antiguo ha desaparecido» (2 Co 5,17). Mirar hacia atrás es muy útil
y necesario para purificar la memoria, pero detenerse en el pasado,
persistiendo en recordar los males padecidos y cometidos, y juzgando sólo con
parámetros humanos, puede paralizar e impedir que se viva el presente.
La Palabra de Dios nos anima a sacar fuerzas de la memoria
para recordar el bien recibido del Señor; y también nos pide dejar atrás el
pasado para seguir a Jesús en el presente y vivir una nueva vida en él. Dejemos
que Aquel que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5) nos conduzca a un
futuro nuevo, abierto a la esperanza que no defrauda, a un porvenir en el que
las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el amor, estén
plena y visiblemente unidos.
Papa Francisco
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