MUERTOS, ENTERRADOS Y YA SE HA ACABADO TODO??
Queridos
hermanos y hermanas,
El
materialismo marxista dice que como que el hombre no soporta su finitud, el
límite, entonces se inventa la religión para tranquilizarse, para no sentirse
tan desvalido (la religión como opio para el pueblo).
El
materialismo liberal dice que no hay nada después de la muerte. Por tanto, se ha
de disfrutar el máximo, aquí en la tierra, se han de buscar placeres porque en
ellos encontraremos la “felicidad” (el hedonismo sustituto de la religión).
Para
nosotros, no es el miedo a la muerte lo que nos hace creer en la resurrección,
sino dos cosas:
a) La
urgencia de la vida, la vida que hemos vivido reclama, un sentido, una proyección,
una transcendencia. Me explico: Imaginad que todas las tareas hechas durante la
vida, todo el amor abocado en la tierra, a los padres, hermanos, amigos, a los hijos,
a los nietos, todo lo que hemos hecho, todos los proyectos desarrollados, todas
las ilusiones, todas las esperanzas, todas las dificultades superadas... Imaginad
que todo esto acaba en nada. No hay nada al final del camino. El vacío lo
acabará devorando todo. A parte de ser triste, desmotivador y desesperanzador,
suena raro. Nuestra vida no apunta hacia el vacío, sino hacia el sentido, la
plenitud, la proyección...
b) No
es el miedo lo que nos hace creer en la resurrección, sino, y esta es la segunda
cosa, Jesucristo. Nosotros creemos en la resurrección, en la vida eterna, por Jesucristo.
Porque Él habló reiteradamente de la vida eterna, hoy tenemos un ejemplo, y porque
Él resucitó, de la cual cosa hay numerosos signos de razonabilidad, que
habitualmente os expongo el primer domingo de Pascua.
Qué
manera de contestar tan contundente y clara de Jesús ante la cuestión trampa
que le ponen los saduceos. “Y que los
muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza... No
es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”.
Nos tendríamos
que repetir esta expresión: “No es Dios
de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”, y que fuera
entrando en nosotros. Encuentro que, demasiadas veces, hablamos de los difuntos
como si estuvieran muertos y ya está. Muertos, enterrados, y ya se ha acabado
todo. Cristianamente hablando no hay muertos, somos inmortales. ¡¡No morimos!! ¡¡Pasamos
a otra vida!!
Quizás,
lo que ahora diré es demasiado atrevido: si cuando pensamos en un familiar
difunto, no reciente, lo que pesa más es el dolor, es que no hemos acabado de entender
que Dios es un Dios de vivos. Hemos de experimentar la alegría por la vida que
nuestro familiar posee plenamente.
Vale la pena también
destacar la respuesta al salmo: “Al
despertar me saciaré de tu semblante, Señor”. Este despertarnos se refiere
a nuestra resurrección, donde nos saciaremos de la presencia de Dios. Aquí en
la tierra nunca nos sentimos llenos del todo, en el cielo, nuestros familiares difuntos han quedado
saciados, llenos, de Dios. ¡Sus anhelos más profundos, totalmente saciados! ¡¡Fantástico!!
La
imagen habitual con la que se dibuja la esperanza en la vida eterna es una
ancla. Imagen que nos viene de San Pablo (He 6,19). Esta ancla nos dice que estamos
anclados en la vida eterna y, hacia allí vamos. Y hemos de estar bien cogidos a
la cuerda del ancla, a pesar de los momentos de tormenta, para no perder el
rumbo de nuestra vida. Pase lo que pase, no olvidar esta esperanza, que ayuda a
guiar la nave de nuestra vida.
Que
esta eucaristía nos ayude a estar firmemente anclados en la vida eterna, porque
Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
Francesc Jordana
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