MARÍA
A veces nos preguntamos: ¿Cómo es posible que
perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más
fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más
miserables de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando
la tierra de violencia y odio, que provocan tantas víctimas inocentes? ¿Cómo
puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres,
mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución,
dispuestos a arriesgar su vida con
tal de que se respeten sus derechos fundamentales? Un río de miseria,
alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud de los tiempos
realizada por Cristo.
Y, sin embargo, este río en crecida nada puede contra el
océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a
sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia
que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el
compartir. La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la
salvación, nos empuja a cooperar con él en la construcción de un mundo más
justo y fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan
vivir en paz, en la armonía de la creación originaria de Dios.
La Iglesia nos hace contemplar la Maternidad de María como icono
de la paz. La promesa antigua se cumple en su persona. Ella ha creído en las
palabras del ángel, ha concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del
Señor. A través de ella, a través de su «sí», ha llegado la plenitud de los
tiempos. Ella se nos presenta como un vaso
siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos
acudir para saber interpretar coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la
posibilidad de captar el sentido de los acontecimientos que nos afectan a
nosotros personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo
entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la
política, llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo,
y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.
Bienaventurada eres tú, María, porque has dado al mundo al
Hijo de Dios; pero todavía más dichosa por haber creído en él. Llena de fe concebiste a Jesús antes en tu corazón que en tu seno, para hacerte madre de todos los creyentes.
Papa Francisco
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