LA ORACIÓN ES GARANTÍA DE CONVERSIÓN
La asociación a Jesucristo en la Pasión de su Cuerpo Místico
pasa por la solidaridad con nuestros sacerdotes en el orden de la
gracia. Nuestras oraciones y sacrificios por ellos deben ser los pilares de su
fortaleza. Hay que decirles la verdad sin tapujos, animarles, alentarles, pero
sobre todo rezar sin desmayo por ellos.
Quienes piensan que el llamamiento a la oración y la
conversión, como impulso jubilar de la Misericordia, es un mero capricho
ineficaz, no sólo se equivocan, sino que se colocan en la vía de la impotencia
y del desastre. La Pasión de la Iglesia (CIC, 677) como Cuerpo Místico de
Jesucristo, ni se atraviesa ni se impide con demostraciones humanas –
cortando las orejas a los sicarios del Sanedrín (Lc 22, 56) – sino que se
afronta por la gracia, en comunión con nuestra Madre María y con el discípulo
amado: ellos esperan de nosotros la defensa de los pastores fieles y de la
Eucaristía.
El poder de la oración en este momento es decisivo. De ella
depende, nada menos, el mayor o menor grado de purificación del mundo y de la
Iglesia. Sin oración, el seguimiento del Señor se hace impracticable.
La
oración es garantía permanente de la conversión; porque la conversión no
concluye con una mera actitud de fe, sino que exige el esfuerzo sostenido
de acercamiento a Jesús, que puede malograrse por dificultades y asechanzas, en
el momento mismo en que la oración flaquee. Estar hoy con Jesús es seguir y
sostener a los sacerdotes que le representan, camino del Calvario: algo
imposible para las fuerzas humanas. Por eso hay que insistir en la naturaleza
especial y crítica de nuestro momento histórico, avisando que los que no
aceptan la realidad escatológica corren grave peligro por muchas que sean sus
cualidades espirituales e intelectuales. Por muy profunda que sea su ortodoxia
doctrinal. La aceptación del momento, y el conocimiento de sus exigencias, es
la base indispensable para cualquier perseverancia (Mt 24, 13).
La conversión es pues, también, un reto,
especialmente para quienes la predicamos mientras permanecemos apocados, o
todavía remisos a vivirla con todas sus consecuencias. ¡Aprovechemos la
Misericordia! ¡Aprovechemos la ayuda materna! Sin esta ayuda de María, volcada
con nosotros, habría muy poco que hacer…
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