Reconstruir, restaurar, iluminar
En estos días donde hemos
celebrado el nacimiento del Hijo de Dios y su manifestación dirigida a toda la
Humanidad, los textos litúrgicos nos han dejado bastante claro el motivo, el
sentido, la finalidad, de este nacimiento, algunas expresiones de los prefacios:
“...para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este
modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre
sumergido en el pecado” (Prefacio II de Navidad). “Porque hoy has revelado en Cristo, para luz
de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación” (Prefacio I de Epifanía).
“Reconstruir, restaurar,
iluminar”. A esto ha venido. Y hoy la liturgia nos comunica el cómo esto será
posible. Nos manifiesta cómo hoy, en el siglo XXI, se puede llevar a término la
finalidad del nacimiento de Jesús. Y el cómo es el Espíritu Santo.
Todo este “reconstruir,
restaurar, iluminar” se realiza gracias al Espíritu Santo. ¿Cómo vamos de Espíritu
Santo? ¿Lo tenemos presente? ¿Sabemos qué hace en nosotros? ¿Cuándo fue la
última vez que lo invocaste?
El Espíritu Santo es el
gran desconocido, aparece poco, pero que es determinante para vivir nuestro
cristianismo.
El Papa Francisco, ahora
hace un año en la homilía del día de hoy, decía:”no olvidéis invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días.
Podéis hacerlo, por ejemplo, con esta sencilla oración: «Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor»
Invocarlo, esperarlo,
anhelarlo, porqué sin Espíritu Santo todo cuesta mucho, se te hace pesado, haces
para cumplir, no encuentras gusto a las cosas, te cansa amar y darte, te quejas
a la mínima, ríes poco, ves la parte negativa de todo,... ¿Os parece que esto puede
ser el plan de Dios? Que nos cueste todo lo que implica ser cristiano, que rías
poco, que todo lo veas negativo... ¡¡el plan de Dios no puede ser esto!!
Si el plan de Dios es
este, ¡¡mal planificador es Dios!! Yo me apunto a otro proyecto, no éste donde
todo cuesta y no gratifica... Hay tanta gente situada aquí. Es un vivir al “modo
humano”, es como si hubiéramos recibido un bautismo sólo de agua.
Con el Espíritu Santo, todo
es diferente, el amor de Dios habita en ti, este amor de Dios es como un motor
que te da fuerzas. Es el fuego del Espíritu Santo. Vives al “modo divino”.
Jesús no es tan solo un
modelo de conducta. La
salvación que nos lleva Cristo no es sólo una ética, unas normas de comportamiento.
Es una fuerza interior. Su misma fuerza.
Su principio vital (Espíritu Santo) que nos posibilita vivir lo que él nos
propone en el evangelio.
La manera como se produjo
el bautismo de Jesús nos ayuda a entender mejor esta idea. En tiempos de Jesús
el bautismo era por inmersión. Jesús también recibió este bautismo. La palabra
bautismo, precisamente, quiere decir inmersión, sumergirse. Para nosotros, el
simbolismo es muy claro: queremos quedar sumergidos en el Espíritu Santo, en el
calor del amor de Dios, en la luz de la Palabra.
¿Por qué invocar el Espíritu
Santo? Para recordar que hemos de vivir sumergidos en él. Para actualizar esta
inmersión, para que se vuelva a hacer actual, presente y que quedemos inundados
de su presencia.
Invocarlo para que se lleve
a término en nosotros el proyecto de Jesús: “reconstruirnos, restaurarnos, iluminarnos”.
Que así sea...
Francesc Jordana
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