Dios en casa
Eran mis segundos Ejercicios Espirituales en esta casa.
Después de acomodarme, ya en la habitación, mire el crucifijo situado en lo
alto de la cama, miré al Señor en su cruz, esperándome y de rodillas le pedí,
con el corazón abierto y lleno de gozo que vaciara mi pobre espíritu para que con
el suyo me llenara. Le pedí que me hiciera gustar su palabra, me liberara de todos los miedos y
miserias mundanas.
Quería saber, me urgía saber,
necesitaba saber……, ¿por qué de nuevo aquí ? ¿Porqué me empujaba a seguir sus huellas
hasta esta Casa?.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco hombres buscando, esta
vez éramos cinco, en profundo silencio, con tremenda devoción, respeto y
abiertos totalmente a la experiencia que se abría ante nosotros, que poco a
poco se desvelaba en las palabras, meditaciones y conferencias que nos
impartían y, que a través de nuestros oídos, se posaban suavemente en nuestro
corazón. Y digo bien, suavemente, a pesar de la contundencia de esos silencios
y sencillas palabras.
Curiosos silencios, silencios….que te hablan, interpelan,
confortan… te aman.
Silencios en los que Dios desvela mis entrañas, en los que
siento sus abrazos en la quietud, en la
alegría sus lágrimas, en mi soledad su compañía, y me ayuda a descubrir los más
grandes dones, que el cielo regala.
Amor, el amor no son sólo cuatro letras, si las escribimos
con el alma, si dejas coger de su mano tu palma y, escribir con El tus letras,
mientras con El aprendes a vivir con alas . Esas cuatro letras, formadas en
dibujo celestial, que conforma todo, que todo lo abarcan, que inundan, que
sobrepasan, que con el llegan y que ya nunca huyen, ya nunca escapan.
Amor, la experiencia de Dios, ya nada es nada, todo se
rebela, todo agrada, el dolor no es dolor, desaparecen tus llagas, abrazado a
su cruz, la cruz, que acompaña y ahora
quieres, deseas y amas.
Y esa Casa, esa casa de Caldes a la que un día llegué,
desnudo, triste, sin esperanza, sin futuro,
sin nada, nada. Esa casa, ya la mía, me abrió sus puertas y ahora quiero,
con la ayuda de Dios… levantar sus persianas.
Pere
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