En salida, pueblo de Dios
Este fin de semana del 14 al 16 de febrero se celebra en Madrid el Congreso de Laicos 2020 que lleva por título 'Pueblo de Dios en salida'.La gran mayoría de los congresistas son laicos.
Su origen está en la Conferencia Episcopal Española, que viene
desarrollando un plan pastoral que en vigor durante tres años y
que concluye en 2020. Se inspira en la llamada a la conversión misionera que
hace el Papa Francisco, con el objetivo de poner a la Iglesia en
salida, en posición misionera.
Los
objetivos del Congreso de Laicos son impulsar la conversión pastoral y
misionera de los laicos en el pueblo de Dios. Que adquieran una mayor
conciencia de su identidad y su servicio al pueblo de Dios. Que sean
signos e instrumentos del anuncio del Evangelio.
Para ello, lo primero que se hará es escuchar al laicado, qué sienten y qué necesitan. Luego
se harán propuestas para discernirlas entre todos y que participen a la
hora de ser una Iglesia en salida. Caminar juntos entre todos es la
clave.
El marco de referencia
que se utilizará en el congreso tiene tres verbos:
- reconocer,
- interpretar los signos de los tiempos actuales y
- elegir los caminos que
nos marcamos para salir adelante como pueblo de Dios en salida.
Podéis seguir el Congreso a través de la web: https://www.pueblodediosensalida.com/
Ayer viernes 14, el Santo Padre Francisco ha enviado un mensaje especial a los participantes. No tiene desperdicio por eso os lo compartimos íntregralmente
Para llegar a esta celebración han recorrido un largo camino de
preparación, y esto es hermoso, caminar juntos, hacer “sínodo”,
compartiendo ideas y experiencias desde las distintas realidades en las
que están presentes, para enriquecerse y hacer crecer la comunidad en la
que uno vive.
Es significativo que inicien este Congreso en el día que la Iglesia
hace memoria de los santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa. Ellos
impulsaron una gran evangelización en este continente, llevando el
mensaje del Evangelio a quienes no lo conocían, haciéndolo c del
omprensible y cercano a las gentes de su tiempo, con un lenguaje y
formas nuevas. Con su ingenio y su testimonio, fueron capaces de llevar
la luz y la alegría del Evangelio a un mundo complejo y hostil. El fruto
fue ver cómo muchos creían y adherían a la fe, formando una comunidad;
una porción del Pueblo de Dios comenzó a caminar en esa amplia región
del continente, y lo sigue haciendo todavía hoy bajo el amparo de esos
dos hermanos evangelizadores.
Esto nos enseña —como afirma el lema del Congreso— que somos Pueblo de Dios, invitados a vivir la fe, no de forma individual ni aislada, sino en la comunidad, como pueblo amado y querido por Dios. Le
pertenecemos, y esto implica no sólo haber sido incorporados a Él por
medio del bautismo, sino vivir en coherencia con ese don recibido. Para
ello es fundamental tomar conciencia de que formamos parte de una
comunidad cristiana. No somos una agrupación más, ni una ONG, sino la
familia de Dios convocada en torno a un mismo Señor. Recordar esto nos
lleva a profundizar cada día nuestra fe: un don que se vive en la acción
litúrgica, en la oración común de toda la Iglesia y que debe ser
anunciado. Es el pueblo convocado por Dios, que camina sintiendo el
impulso del Espíritu, que lo renueva y le hace volver a Él, una y otra
vez, para sentirnos cosa suya.
Y este Pueblo de Dios en salida vive en una historia
concreta, que nadie ha elegido, sino que le viene dada, como una página
en blanco donde escribir. Está llamado a dejar atrás sus comodidades y
dar el paso hacia el otro, intentando dar razón de la esperanza (cf. 1 P 3,15),
no con respuestas prefabricadas, sino encarnadas y contextualizadas
para hacer comprensible y asequible la Verdad que como cristianos nos
mueve y nos hace felices.
Para ello, se necesita esa libertad interior capaz de dejarse tocar
por la realidad de nuestro tiempo y tener la valentía de salir a su
encuentro. El mandato misionero es siempre actual y vuelve a nosotros
con la fuerza de siempre, para hacer resonar la voz siempre nueva del
Evangelio en este mundo en el que vivimos, particularmente en esta vieja
Europa, en la que la Buena Noticia se ve sofocada por tantas voces de
muerte y desesperación.
La Palabra viva de Dios necesita ser predicada con pasión y alegría a
través del testimonio cristiano para poder derrumbar hasta los muros
más altos que aíslan y excluyen. Es la hora de ustedes, de hombres y
mujeres comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la
industria… que con su modo de vivir sean capaces de llevar la novedad y
la alegría del Evangelio allá donde estén. Los animo a que vivan su
propia vocación inmersos en el mundo, escuchando, con Dios y con la
Iglesia, los latidos de sus contemporáneos, del pueblo. Y les pido, por
favor, que eviten a toda costa las “tentaciones” del laico dentro de la
Iglesia, que pueden ser: el clericalismo, que es una plaga y los
encierra en la sacristía, como también la competitividad y el carrerismo
eclesial, la rigidez y la negatividad…, que asfixian lo específico de
su llamada a la santidad en el mundo actual.
Por lo tanto, no tengan miedo de patear las calles, de entrar en cada
rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites de la ciudad, de
tocar las heridas de nuestra gente… esta es la Iglesia de Dios, que se
arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin
condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo o,
simplemente, para acompañarlo en su vida. Que el mandato del Señor
resuene siempre en ustedes: «Vayan y prediquen el Evangelio» (Mt 28,19).
Los animo en su tarea y compromiso, y ruego al Señor que este Congreso pueda dar frutos abundantes.
Y, por favor, les pido que recen por mí.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
FRANCISCO
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