PERDÓN.....EL VALLE DE LAS EXCUSAS
Nos cuesta perdonar, a mí el primero. Nos
cuesta perdonar pequeñas ofensas y, a veces, nos parece imposible perdonar una
gran ofensa.
Y como que vemos que nos cuesta vivir de
corazón el perdón, buscamos excusas, justificaciones, para no perdonar. Y, muchas
veces, allá nos quedamos “en el valle de las excusas”. Y en este valle no
habita el perdón, todo son excusas para no perdonar: “Es que ha sido por culpa
suya”, “es que yo no he hecho nada”, “es que lo que ha hecho no tiene perdón”,
“es que me la ha hecho demasiadas veces” (y la mejor de todas) “yo lo perdono
pero, no le hablo”. Excusas, excusas, y más excusas... para no perdonar. ¿Estás
en el valle?
“Ya vendrá él a pedirme perdón...” ¿Sabéis
quien hace el primer paso de acercarse al otro cuando ha habido un problema? No
el que ha hecho el mal... sino ¡el que más ama! Aunque toda la culpa sea del
otro, el que más ama es el que se acerca al otro para buscar la reconciliación.
Esta dificultad para perdonar tan arraigada
en nosotros, nos ha de llevar a contemplar con mucha, mucha atención, lo que
Jesús nos dice en el evangelio.
Dos ideas:
Primera: Imagino que ha quedado claro que
hemos de perdonar siempre. Setenta veces siete, quiere decir siempre. Por tanto,
no llevemos la contraria a Jesús. Es preciso perdonar siempre y hacerlo de corazón,
y desterrar de nosotros el rencor.
El rencor es como un cáncer. Nos hace mal
a nosotros, crece en nuestro interior hasta el punto de quitar la paz. Jesucristo,
el médico de nuestras almas, nos ayuda a extirpar este cáncer. Y lo hace proponiéndonos
el perdón.
Dice Santa Teresa de Calcuta: “Perdonar es
una decisión, no un sentimiento”. Y es una decisión que tomas ante Dios. El
perdón es como el agua sobre un incendio, apaga las irritaciones del alma.
Segunda idea: Sorprende en esta parábola
de Jesús la actitud del siervo, incapaz de perdonar unos cuantos denarios cuando
él ha sido objeto del perdón de una cantidad desorbitada de dinero.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido posible esto?
Pues, que el siervo no ha hecho experiencia del perdón recibido. Ha sido
perdonado, pero él no ha hecho experiencia del perdón recibido.
Esto nos puede pasar a nosotros, irnos
confesando un poco rutinariamente y no hacer verdaderamente una experiencia del
perdón que estamos recibiendo.
¡Es tan grande lo que pasa en la confesión!
Recibimos un perdón que nos limpia, que nos purifica, que reconstruye lo que el
pecado ha destruido, que nos da nuevas gracias para no volver a pecar. Es una experiencia
única. De qué manera tan fácil se puede comenzar de nuevo. ¡Totalmente de nuevo!
Para facilitaros este admirable sacramento miraré de ponerme a confesar un poco
antes de cada misa de domingo.
Cuando hacemos experiencia del perdón de
Dios, de este perdón tan grande, gratuito, amoroso, entonces somos capaces de
llegar a ser personas capaces de perdonar. Cuando a ti te lo han perdonado todo,
y ¡¡todo es todo!! Cómo no perdonar a los demás.
Si Jesús sólo nos hubiera dicho que “perdonásemos
siempre” habría quedado un poco como una exhortación voluntarista... “esforzaros
para perdonar”. Pero, en la parábola nos expone el motor del perdón. El motor
del perdón es la experiencia de ser perdonados por Dios...
Cuando hacemos experiencia de lo mucho
que hemos sido perdonados, somos capaces de perdonar lo poco que nos hayan podido
hacer...
Jesús nos dice hoy a nosotros: “¿No
debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me
compadecí de ti?” O San Pablo nos dice en una carta: “perdonaos los unos a los
otros como Dios os ha perdonado en Cristo”.
Resumiendo:
Hemos de perdonar siempre. San Agustín decía:
“No existe culpa alguna en la que debas negar el perdón”.
Y si nos cuesta, si nos parece que es
imposible, dos cosas a hacer:
1. tomemos la decisión de perdonar hablando
con Jesús. El perdón es un don que hemos de recibir.
2. Recordemos el perdón recibido de Dios,
¿cómo no perdonar, si a nosotros ¡nos lo han perdonado todo!?
Que esta eucaristía nos ayude a perdonar
de corazón... cada uno sabrá a quién...
Monición padrenuestro:
Os habéis fijado que en el padrenuestro hay
siete peticiones a Dios y un compromiso nuestro: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos
a los que nos ofenden”.
¿Cómo puede ser que en la oración que nos
enseñó el mismo Jesús, sólo nos pida que perdonemos? Jesús sabe que en el perdón
se encuentra la plenitud del amor. Si somos capaces de vivir el perdón, entonces
vivimos en el amor. (Si perdonas eres paciente,...eres bondadoso,...no tienes
envidia,...no eres orgulloso,...no eres egoísta,...no te irritas,...todo lo
excusas,...todo lo esperas,...todo lo crees.). La cumbre de la caridad…
Francesc Jordana
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