Transmisores de la alegría
La
alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser
comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para
sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don
del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.
Cuando
Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano:
«Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro,
no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél
sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas.
No anunciamos a Jesucristo
para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos
por el poder.
Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que
nos ha sido donada.
Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.
Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.
Forma
parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre la ofrenda
mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la responsabilidad
para el prójimo y para el mundo por Él creado.
Marta y María son siempre
inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede recaer sobre la una
o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es el amor con el cual
tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas.
‘Hemos conocido y creído al
amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del cristianismo. El amor,
que se realiza y se refleja de muchas maneras en los santos de todos los
tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del cristianismo.
Papa emérito Benedicto XVI, 22 de octubre 2014
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