¡Oh San Benito abad!
Queremos expresar, ante todo, nuestra inmensa gratitud a la Trinidad Santísima por el don que hace XV siglos hizo a la Iglesia; y, además, a fin de manifestarte, Santo Patrono de Europa, nuestra fervorosa admiración por tu plena correspondencia a la gracia y escuchar ese mensaje que tú viviste en ti y has transmitido además a las generaciones futuras, arraigado en la fuerza liberadora del Evangelio, que es "poder de Dios para salud de todo el que cree" (Rom 1, 16).
|Oh Santo Patriarca! Tú que no enseñaste de manera distinta a como viviste (cf.
Gregorio, Diál. II, 36), haznos sentir a todos, en esta circunstancia
singular, la actualidad perenne de tu enseñanza, para que continúes siendo
inspirador de bien para el hombre contemporáneo.
Tú nos has enseñado que la vida del hombre es digna de ser vivida, sin
superficial optimismo utópico ni pesimismo desesperado, porque es don del amor
de Dios y debe ser una continua, perenne, constante búsqueda de Dios, el único
verdadero y auténtico valor absoluto.
Tú nos has enseñado que el cristiano, para ser realmente tal, debe "servir en la
milicia de Cristo Señor, verdadero rey" (Regla, pról.), haciendo de
Cristo el centro de la propia vida y de los propios intereses.
Tú nos has enseñado que juntamente con el alejamiento interior de los bienes
caducos de la tierra, debemos poseer una gozosa y activa apertura de espíritu y
de corazón hacia todos los hombres, hermanos en Cristo, hijos del mismo Padre
celestial.
Tú nos has enseñado que para el hombre, el trabajo —no sólo el de quien se
inclina sobre los libros, sino también el de quien se inclina con la frente
empapada de sudor y con las manos doloridas para roturar la tierra— no es
humillación ni alienación, sino elevación, exaltación, más aún, participación en
la obra creadora de Dios; es aportación consciente y meritoria a la construcción
de la ciudad terrena, en espera de la definitiva y eterna.
Tú nos has enseñado que la fe cristiana, lejos de ser elemento de división o de
disgregación, es matriz de unidad, de solidaridad, de fusión también en el orden
temporal, social, cultural, y que, por lo tanto, la libertad religiosa es uno de
los derechos inalienables del hombre.
Con tu oración, oh Santo Patrono de Europa, invocamos suplicantes la intercesión
de tu querida hermana.
Oh Santa Escolástica, te confiamos en particular a las muchachas, a las jóvenes,
a las religiosas, a las madres, para que, mirando tu ejemplo, sepan vivir hoy su
dignidad de ser mujeres, según el designio de Dios.
Juan Pablo II
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