Las voces que llegan a nuestro corazón
El cuarto domingo de Pascua, que celebramos hoy, está dedicado a Jesús el Buen Pastor. El Evangelio dice: “Las ovejas escuchan su voz; él llama a sus ovejas, a cada una por su nombre” (Jn. 10,3). El Señor nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama. Pero, dice el Evangelio de nuevo, hay otras voces, que no debemos seguir: las de los extraños, ladrones y malhechores que quieren el mal de las ovejas.
Estas
diversas voces resuenan dentro de nosotros. Está la voz de Dios, que
amablemente habla a la conciencia, y está la voz tentadora que induce al
mal. ¿Cómo reconocer la voz del buen Pastor de la del ladrón, cómo
distinguir la inspiración de Dios de la sugestión del Maligno? Se puede
aprender a discernir estas dos voces: de hecho, estas dos hablan idiomas
diferentes, es decir, tienen formas opuestas de tocar a nuestros
corazones, hablan lenguas diferentes, como nosotros sabemos distinguir
una lengua de otra, nosotros podemos distinguir la voz de Dios de la del
maligno.
La voz de Dios nunca obliga: Dios se propone, no se impone.
En cambio, la voz maligna seduce, agrede, obliga: despierta ilusiones
deslumbrantes, emociones alentadoras, pero pasajeras. Al principio nos
halaga, nos hace creer que somos todopoderosos, pero luego nos deja
vacíos por dentro y nos acusa: “Tu no vales nada”.
La voz de Dios, por
otra parte, nos corrige, con tanta paciencia, pero siempre nos anima,
nos consuela siempre, alimenta la esperanza. La voz de Dios es una voz
que tiene un horizonte, en cambio la voz del maligno lleva a un muro a
una esquina
Otra
diferencia. La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que
nos centremos en el temor del futuro o en las tristezas del pasado, no
quiere la voz del presente: saca a la superficie la amargura, los
recuerdos de los males sufridos, de los que nos hicieron daño y tantos
recuerdos feos.
En cambio, la voz de Dios habla al presente: “Ahora
puedes hacer el bien, ahora puedes ejercitar la creatividad del amor,
ahora puedes renunciar a los arrepentimientos y remordimientos que
tienen prisionero tu corazón”. Nos anima, nos lleva adelante, pero habla
al presente.
De nuevo: las dos voces plantean diferentes preguntas en nosotros.
Aquella que viene de Dios será: “Que es bueno para mí?” En su lugar, el
tentador insistirá en otra pregunta: “¿Qué cosa me gustaría hacer?”
“¿Qué cosa me gustaría?”: la voz malvada siempre gira en torno al yo, a
sus impulsos, a sus necesidades, al todo y de inmediato.
Es como los engreimientos de los niños, todo ahora.
La voz de Dios, por
otro lado, nunca promete la alegría a bajo precio: nos invita a ir más
allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz. Recordemos:
el mal nunca nos da paz, nos pone en un frenesí primero y deja la
amargura después, este es el estilo del mal.
Finalmente,
la voz de Dios y la del tentador hablan en diferentes “ambientes”: el
enemigo prefiere la oscuridad, la falsedad, las habladurías; el Señor
ama la luz del sol, la verdad, la transparencia sincera.
El enemigo nos
dirá: “¡Enciérrate en ti mismo, porque nadie te entiende, ni te escucha,
no confíes!”. El bien, al contrario, nos invita a abrirnos, a ser
claros y a confiar en Dios y en los demás.
Queridos hermanos y hermanas,
en este tiempo tantos pensamientos y preocupaciones nos llevan de
vuelta a nosotros mismos. Prestemos atención a las voces que llegan a
nuestro corazón. Preguntémonos de dónde vienen.
Pidamos la gracia de
reconocer y seguir la voz del buen Pastor, que nos hace salir de los
recintos del egoísmo y nos conduce a los pastos de la verdadera
libertad. Que Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo, oriente y acompañe
nuestro discernimiento.
Papa Francisco, domingo del Buen Pastor
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