El monte
El monte es el lugar donde a Dios le gusta dar cita a toda la
humanidad. Es el lugar del encuentro con nosotros, como muestra la
Biblia, desde el Sinaí pasando por el Carmelo, hasta llegar a Jesús, que
proclamó las Bienaventuranzas en la montaña, se transfiguró en el monte
Tabor, dio su vida en el Calvario y ascendió al cielo desde el monte de
los Olivos.
El monte, lugar de grandes encuentros entre Dios y el
hombre, es también el sitio donde Jesús pasa horas y horas en oración
(cf. Mc 6,46), uniendo la tierra y el cielo; a nosotros, sus hermanos, con el Padre.
¿Qué significado tiene para nosotros el monte? Que estamos llamados a
acercarnos a Dios y a los demás: a Dios, el Altísimo, en el silencio,
en la oración, tomando distancia de las habladurías y los chismes que
contaminan. Pero también a los demás, que desde el monte se ven en otra
perspectiva, la de Dios que llama a todas las personas: desde lo alto,
los demás se ven en su conjunto y se descubre que la belleza sólo se da
en el conjunto.
El monte nos recuerda que los hermanos y las hermanas no
se seleccionan, sino que se abrazan, con la mirada y, sobre todo, con
la vida. El monte une a Dios y a los hermanos en un único abrazo, el de
la oración. El monte nos hacer ir a lo alto, lejos de tantas cosas
materiales que pasan; nos invita a redescubrir lo esencial, lo que
permanece: Dios y los hermanos. La misión comienza en el monte: allí se
descubre lo que cuenta. En el corazón de este mes misionero,
preguntémonos: ¿Qué es lo que cuenta para mí en la vida? ¿Cuáles son las
cumbres que deseo alcanzar?
Un verbo acompaña al sustantivo monte: subir. Isaías nos exhorta: «Venid, subamos
al monte del Señor» (2,3). No hemos nacido para estar en la tierra,
para contentarnos con cosas llanas, hemos nacido para alcanzar las
alturas, para encontrar a Dios y a los hermanos. Pero para esto se
necesita subir: se necesita dejar una vida horizontal, luchar contra la
fuerza de gravedad del egoísmo, realizar un éxodo del propio yo.
Subir,
por tanto, cuesta trabajo, pero es el único modo para ver todo mejor,
como cuando se va a la montaña y sólo en la cima se vislumbra el
panorama más hermoso y se comprende que no se podía conquistar sino
avanzando por aquel sendero siempre en subida.
Y como en la montaña no se puede subir bien si se está cargado de
cosas, así en la vida es necesario aligerarse de lo que no sirve. Es
también el secreto de la misión: para partir se necesita dejar, para anunciar se necesita renunciar.
El anuncio creíble no está hecho de hermosas palabras, sino de una vida
buena: una vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas
materiales que empequeñecen el corazón, nos hacen indiferentes y nos
encierran en nosotros mismos; una vida que se desprende de lo inútil que
ahoga el corazón y encuentra tiempo para Dios y para los demás. Podemos
preguntarnos: ¿Cómo es mi subida? ¿Sé renunciar a los equipajes pesados
e inútiles de la mundanidad para subir al monte del Señor? ¿Es de
subida mi camino o de “escalada”?
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