MARÍA Y LA GRANDEZA DE LO PEQUEÑO
Seguro
que hemos oído muchas veces que María es nuestra Madre, pero quizá no hemos
reflexionado suficientemente sobre el significado de esa expresión.
Jesús, en la cruz, en el extremo de su agonía,
le dijo a María: “Madre, he
ahí a tu Hijo”. Se refería a
San Juan Evangelista, pero con él iba incluida toda la humanidad. ¿Cómo se
sintió María al oír esas palabras mientras veía agonizar a su hijo
infinitamente amado, Nuestro Señor Jesucristo? Seguimos aquí las reflexiones
del P. Ildefonso Rodríguez, rector en los años 40 del Santuario Nacional de la
Gran Promesa de Valladolid, España, en su excelente libro Meditaciones sobre la Santísima
Virgen.
Seguramente esa frase de Jesús le causó un
nuevo y agudo dolor por si fuera poco lo que ya estaba sufriendo. Juan era un
discípulo fiel y leal, pero no era obviamente el Maestro, Jesucristo. Vio que
junto a Juan se le daba por hijos a toda la humanidad, llena de individuos
cobardes y egoístas. Sin duda por un momento se debió sentir profundamente
humillada ante ese intercambio de hijos tan triste para Ella.
Pero era la voluntad de Dios y ni por un
instante dudó en aceptarla. Llena de amor hacia nosotros, la perspectiva de
saber que en el futuro muchos seres humanos salvarían sus almas, reconociendo y
honrando el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, debió ser su único consuelo
en el terrible momento de ver morir a su Hijo.
Tengamos siempre presente que nunca estamos
solos porque en María tenemos una Madre que siempre vela por nosotros y que
sólo quiere que le devolvamos una parte del inmenso amor que siente por
nosotros. Hagámoslo y Ella vendrá a nuestro auxilio en el momento de la muerte,
cuando todos nos hayan abandonado.
San Luis María Grignon de Monfort, autor de la
clásica obra el Tratado de la
verdadera devoción, nos proporciona una importante clave en el amor a
María. Que nos acordemos de ofrecer a María todo lo que hagamos, incluso las
cosas más pequeñas. Esto tendrá un extraordinario valor.
Nuestras obras ciertamente valen bien poco
porque tenemos una fuerte inclinación al pecado y la mayoría de las veces no
tienen la suficiente rectitud de intención. Sin embargo, si esas pobres obras,
se las presentamos a través de María, que no tiene mácula de pecado, Ella se
las presentará a Dios y le serán mucho más gratas en virtud del gran amor que
tiene Dios a María, su criatura predilecta. María es llamada abogada y refugio
de los pecadores.
De la misma forma que tener audiencia con un
rey es algo muy difícil pero en cambio si somos amigos de la reina todo es
mucho más fácil.
Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a
vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a
Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis
pecados me atrevo a comparecer ante Vos.
Madre de Dios, no desechéis mis
súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
Grandeza de lo pequeño
Este es uno de los engaños más funestos de la
vida espiritual, nos explica el padre Rodríguez Villar Despreciar algunas cosas
y no darles importancia porque las creemos pequeñas. Pensamos que no valen para
nada ¡Qué bien explota este engaño el demonio!
Todos los santos deben su grandeza a un
conjunto de pequeñeces que ellos supieron admirablemente aprovechar. Al
contrario todas las grandes caídas han tenido su origen en cosas pequeñas e
insignificantes que pasaban inadvertidas al principio. Pero esta comprobado y
es de fe que “el que desprecia
lo pequeño, poco a poco caerá”.
Será este conjunto de pequeñeces el que
labrará nuestra felicidad o nuestra ruina para siempre. La realidad es que no
tendremos ocasiones abundantes ni ánimos o fuerzas para acometer empresas
grandes, heroicas, hazañas estupendas. Pero no precisamente en los hechos
extraordinarios sino en la fidelidad y exactitud de nuestros pequeños deberes
diarios está nuestra perfección.
La fidelidad en lo poco será la causa, algún
día, de la posesión sobre lo mucho. Cristo en el Evangelio dice “Porque fuiste fiel en lo poco (o sea en lo pequeño, en lo que al
parecer no tenía importancia) Yo
te constituiré sobre lo mucho”. Por
eso debemos estar convencidos de que no se puede llamar pequeño a nada de lo
que tenga relación con nuestra alma, con nuestra salvación y santificación.
La vida de María es un conjunto de pequeñeces,
acompañadas a veces de cosas grandes y heroicas en sumo grado. Guisar, coser,
barrer, fregar, limpiar, estar siempre dispuesta para cuidar a Jesús y a San
José. Con ello se hizo tan grande y tan santa. San Juan Berchmans decía que la
mayor penitencia es la vida común.
También es esencial comprender que Dios
normalmente sólo nos pedirá las cosas pequeñas de cada día. Tenemos que tomar
la resolución de complacer a Dios todos los días cumpliendo exactamente esa su
santísima voluntad.
Para Dios todo es pequeño. Las acciones más
grandes y llamativas de los hombres no valen delante de él más que las pequeñas
y vulgares.
Para Dios todo son juegos de niños en su
presencia; la ambición humana que motiva grandes batallas, imperios que se
conquistaron, inventos que se descubrieron, fama y honores para algunas
personas, obras de arte mundanas o hazañas deportivas… Todo eso para Él es
igual que nada. Lo que vale es el corazón y la intención con la que hacemos
nuestros actos, la manera como los ejecutamos y el fin que perseguimos. Aunque
sean cosas muy pequeñas que además tienen el mérito de no perderse en vanidad o
vanagloria como fácilmente puede ocurrir con los actos de brillo y relumbrón.
Rafael María Molina Sánchez (Adelante la fe)
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