"LOS DE LAS MEDALLITAS"




Hace unos meses comía con un amigo no creyente y me decía: “No creo en Dios, porque no veo nada diferente en las personas que van a misa”. ¡Es una observación crítica muy fuerte! Yo le decía: “Es una crítica injusta, porque sé de mucha gente que su fe le lleva a hacer muchas cosas y a vivir una vida muy diferente de si no tuviera fe,... pero, he de reconocer que hay una parte de verdad en lo que dices”. También nosotros, a veces, “decimos y no hacemos”, como los fariseos, “dicen y no hacen”.

Aquí dentro hablamos de caridad, de amar a los enemigos, a los pobres, de perdonar siempre y en todo lugar, de construir el Reino de Dios, de ser sal y luz, de evangelizar, de llegar a ser servidores,... pero,... y fuera... ¿lo vivimos?, o mejor dicho ¿lo intentamos vivir... ? Porque esto es la vida cristiana, intentar vivir cristianamente. Intentarlo cada día, sin desfallecer...

Al final plantearé dos caminos seguros para que seamos de los que dicen y hacen.

Segunda idea: “Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres”. Segunda crítica a los fariseos que también nos toca a nosotros.

¿Con qué motivación actuamos? ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿qué nos mueve en nuestro interior para hacer lo que hacemos? Hace falta que busquemos la pureza de intención. No tenemos pureza de intención cuando buscamos “ser vistos de los hombres”, cuando buscamos, enaltecimiento, reconocimiento, honores, superioridad.

Muchas veces ésta es nuestra motivación. No hace demasiado tiempo en Cardedeu, hablaba con una persona y en la conversación utilizó una expresión que perfilaba este problema: “los de las medallitas”. Se refería a aquellas personas que constantemente se están poniendo “medallitas”, “yo hago…, yo he hecho.., yo he pensado…, yo dije…, yo... yo... yo”. Y a parte de ponerse medallitas necesitan que los demás les pongan continuamente medallitas, sino se ponen nerviosos y empiezan a hablar mal de quien no le ha puesto la medallita. ¡Es triste!

¡Hemos de hacer las cosas para agradar, para honrar a Dios! No seamos de estos que necesitan “la medallita”.
¿Cuándo actuamos lo hacemos pensando en Dios o en los hombres? ¿En qué juicio pensamos, en el de Dios o en el de los hombres? Dice Jesús “Toda sus obras las hacen para ser vistos de los hombres” “todas sus obras”... ¡¡Cuando este virus entra en nosotros lo va afectando todo!!

Al final plantearé dos caminos seguros que funcionan de antivirus.

Tercera idea: Nos ayuda a vivir lo que acabo de decir las palabras de Jesús: “Vosotros no os hagáis llamar rabbí, ni padre,… ni doctor…” “… todos vosotros sois hermanos”.

No nos pongamos por encima de los demás, no nos comparemos, no nos enaltezcamos, todos somos hermanos... todos somos iguales en dignidad: hermanos porque tenemos un mismo Padre. ¿Qué hay más grande que ser hijo de Dios?

Ahora plantearé dos caminos para que no nos enaltezcamos.

1. Primer camino el del servicio. “El más grande de vosotros sea vuestro servidor”. Cuando llegamos a ser servidores: “decimos y hacemos”. Cuando llegamos a ser servidores: buscamos vivir la enseñanza del Señor, no nuestro enaltecimiento. Cuando llegamos a ser servidores: nos ponemos por debajo de nuestros hermanos, cosa que le va muy bien a nuestro ego.

Recuerdo una escena de una película de Jesús, “El hombre que hacia milagros”: “los discípulos y Jesús han andado mucho, está oscureciendo, se paran en un lugar para dormir, los discípulos empiezan a discutir quién será el primero en el Reino de Jesús, y, en medio de estas discusiones llega Jesús sonriendo, cargado de leña para hacer un fuego, a Jesús no le hace falta decir ni una palabra y los discípulos bajan la cabeza”.

San Ignacio de Loyola decía: “Si no vivo para servir, no sirvo para vivir”.

Segundo camino: Nos viene de la carta de San Pablo: “...al oír la palabra de Dios que os predicamos, la  acogisteis no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios, cual en verdad es, y que obra eficazmente en vosotros, que creéis”.

Me decía hace tiempo un adolescente: “qué bonito habría sido ser un discípulo de Jesús y poder escucharlo”. Y yo le dije: pero si ya eres un discípulo de Jesús, y tú tienes mucha más consciencia de quien es Jesús que ellos, y  tú sabes mejor que ellos cuál era la pretensión de Jesús, y sobre todo, cuando lees el evangelio escuchas a Jesús como ellos lo escucharon,...

Le faltaba a este adolescente, y a nosotros, crecer en la certeza de que cuando escuchas el evangelio es Jesús quien habla... y ¡es tan enriquecedor escuchar a Jesús! No hay una palabra que penetre tanto en  nuestro interior, no hay una palabra que nos pueda iluminar más, no hay una palabra que pueda transformar más  nuestra vida.

En este sentido dice San Agustín: “El evangelio es la boca de Jesús”.

Que la comunión que viviremos con Jesús que no ha venido a hacerse servir sino servirnos a nosotros nos haga a nosotros llegar a ser servidores. ¡Y así diremos y haremos!

Francesc Jordana








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