SORPRESA!! JESÚS NOS MIRA A CADA UNO




Jesús no mira las «estadísticas» sino que presta atención «a cada uno de nosotros». Uno por uno. El estupor del encuentro con Jesús, esa maravilla que percibe quien le mira y se da cuenta de que el Señor ya tenía la mirada fija sobre él, fue descrita por el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta el martes 31 de enero.
Fue precisamente «la mirada» el hilo conductor de la meditación que tomó inspiración en el pasaje evangélico de la carta a los Hebreos (12, 1-4) en la cual el autor, después de haber subrayado la importancia del hacer memoria, invita a todos: «corramos con perseverancia, teniendo la mirada fija en Jesús». Recogiendo tal sugerencia, el Pontífice analizó el Evangelio del día (Marcos 5, 21-43) para ver «qué hace Jesús».
El detalle más evidente es que «Jesús está siempre en medio de la muchedumbre». En el pasaje evangélico propuesto por la liturgia «la palabra muchedumbre se repite tres veces». Y no se trata, subrayó el Papa, de un ordenado «cortejo de gente», con los guardias «que le escoltan, para que la gente no le tocase»: más bien es una muchedumbre que envuelve a Jesús, que «le estrecha». Y Él se queda ahí. Y, es más, «cada vez que Jesús salía, había más que una muchedumbre. Quizás, dijo Francisco con una broma, «los especialistas de las estadísticas habrían podido publicar: “baja la popularidad del Rabino Jesús”. Pero «Él buscaba otra cosa: buscaba a la gente. Y la gente le buscaba a Él: la gente tenía los ojos fijos sobre Él y Él tenía los ojos fijos sobre la gente».
Se podría objetar: Jesús dirigía la mirada «sobre la gente, sobre la multitud». Y en cambio no, precisó el Pontífice: «sobre cada uno. Porque precisamente esta es «la peculiaridad de la mirada de Jesús. Jesús no masifica a la gente: Jesús mira a cada uno». La prueba se encuentra más veces en las narraciones evangélicas. En el Evangelio del día, por ejemplo, se lee que Jesús preguntó: «¿quién me ha tocado?» cuando «estaba en medio de esa gente, que le estrechaba». Parece extraño, tanto es así que los mismos discípulos «le decían: pero tú ves la gente que se reúne entorno a ti!». Desconcertados, dijo el Papa intentando imaginar su reacción, pensaron: «este, quizás, no ha dormido bien. Quizás se equivoca». Y sin embargo Jesús estaba seguro: «¡alguien me ha tocado!». Efectivamente, «en medio de esa muchedumbre Jesús se fijó en esa viejecita que le había tocado. Y la curó». Había «mucha gente», pero Él prestó atención precisamente a ella, «una señora, una viejecita».

La narración evangélica continúa con el episodio de Jairo, al cual le dicen que la hija está muerta. Jesús le tranquiliza: «¡no temas! ¡Solo ten fe!», así como en precedencia había dicho a la mujer: «¡tu fe te ha salvado!». También en esta situación Jesús se encuentra en medio de la muchedumbre, con «mucha gente que lloraba, gritaba en el velatorio» – en aquella época, efectivamente, explicó el Pontífice, era costumbre «“alquilar” mujeres para que llorasen y gritasen allí, en el velatorio. Para oír el dolor...» — y a ellos Jesús dice: «estad tranquilos. La niña duerme». También los presentes, dijo el Papa, quizás «habrán pensado: “¡este no ha dormido bien!”», tanto es así que «se burlaban de Él». Pero Jesús entra y «resucita a la niña». La cosa que salta a la vista, hizo notar Francisco, es que Jesús en esa confusión, con «las mujeres que gritaban y lloraban», se preocupa de decir «al papá y a la mamá “¡dadla de comer”!». Es la atención al «pequeño», es «la mirada de Jesús sobre el pequeño. ¿Pero no tenía otras cosas de las que preocuparse? No, de esto».
Según las «estadísticas que habrían podido decir: “sigue el descenso de la popularidad del Rabino Jesús”, «el Señor predicaba durante horas y la gente le escuchaba, Él hablaba a cada uno». Y «¿cómo sabemos que hablaba a cada uno? Se preguntó el Pontífice. Porque se dio cuenta, observó, que la niña «tenía hambre» y dijo: «¡dadla de comer!».

El Pontífice continuó con los ejemplos citando el episodio de Naím. También ahí «había una muchedumbre que le seguía». Y Jesús «ve que sale un cortejo fúnebre: un chico, hijo único de madre viuda». Una vez más el Señor se da cuenta del «pequeño». En medio de tanta gente «va, para el cortejo, resucita al chico y se lo entrega a la mamá».
Y aún más, en Jericó. Cuando Jesús entra en la ciudad, está la gente que «grita: ¡Viva el Señor! ¡Viva Jesús! “¡Viva el Mesías!”. Hay mucho ruido... También un ciego se pone a gritar; y Él, Jesús, aun con todo el ruido que había allí, oye al ciego». El Señor, subrayó el Papa, «se fijó en el pequeño, en el ciego».
Todo esto para decir que «la mirada de Jesús va al grande y al pequeño». Él, dijo el Pontífice, «nos mira a todos nosotros, pero nos mira a cada uno de nosotros. Mira nuestros grandes problemas, nuestras grandes alegrías; y mira también nuestras pequeñas cosas, porque está cerca. Así nos mira Jesús».
Retomando en este punto el hilo de la meditación, el Papa recordó cómo el autor de la carta a los Hebreos sugiere «correr con perseverancia, teniendo la mirada fija en Jesús». Pero, se preguntó, «¿qué nos ocurrirá, a nosotros, si hacemos esto; si tenemos la mirada fija en Jesús?». Nos ocurrirá, respondió, lo que le ocurrió a la gente después de la resurrección de la niña: «ellos se quedaron con gran estupor». Ocurre efectivamente que «yo voy, miro a Jesús, camino delante, fijo la mirada en Jesús y ¿qué encuentro? Que Él tiene la mirada fija sobre mí. Y esto me hace sentir «gran estupor. Es el estupor del encuentro con Jesús». Pero para experimentarlo, no hay que tener miedo, «como no tuvo miedo esa viejecita para ir a tocar el bajo del manto». De aquí la exhortación final del Papa: «¡no tengamos miedo! Corramos por este camino, con la mirada siempre fija sobre Jesús. Y tendremos esta bonita sorpresa: nos llenará de estupor. El mismo Jesús tiene la mirada fija sobre mí».

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 5, viernes 3 de febrero de 2017



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