La Iglesia nace en salida


La pretensión de Jesucristo, el deseo de Jesucristo, es que nosotros seamos movidos por el Espíritu Santo, que nuestra comunidad parroquial sea movida por el Espíritu Santo, que la Iglesia sea movida por el Espíritu Santo.

Hoy en la primera lectura vemos como los apóstoles reciben el Espíritu Santo. Tradicionalmente, se considera Pentecostés como el momento que marca el nacimiento de la Iglesia. Una Iglesia sin el Espíritu Santo no se entendería. Pero lo bonito es que esta Iglesia que nace, nace “en salida”. El Papa Francisco habla mucho de la Iglesia “en salida”. Y es bonito ver como ya en los comienzos se da esta “salida”.
El Papa Francisco repite con bastante frecuencia esta necesidad de salir. Toda la exhortación Evangelii Gaudium es una llamada a realizar esta salida. 
Ahora hace unos días leía unas palabras del Papa a los movimientos eclesiales en la Vigilia de Pentecostés del año 2013. Y decía:
  “… este momento de crisis, prestemos atención, no consiste en una crisis sólo económica; no es una crisis cultural. Es una crisis del hombre: ¡lo que está en crisis es el hombre! ¡Y lo que puede resultar destruido es el hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por esto es una crisis profunda! En este momento de crisis no podemos preocuparnos sólo de nosotros mismos, encerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentimiento de impotencia ante los problemas. No os encerréis, por favor. Esto es un peligro: nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con quienes pensamos las mismas cosas... pero ¿sabéis qué ocurre? Cuando la Iglesia se cierra, se enferma, se enferma. Pensad en una habitación cerrada durante un año; cuando vas huele a humedad,…. Una Iglesia cerrada es lo mismo: es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. Pero salir. Jesús nos dice: «Id por todo el mundo. Id. Predicad. Dad testimonio del Evangelio» (cf. Mc 16, 15). Pero ¿qué ocurre si uno sale de sí mismo? Puede suceder lo que le puede pasar a cualquiera que salga de casa y vaya por la calle: un accidente. Pero yo os digo: prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que haya tenido un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse. Salid fuera, ¡salid!"

Éste es el dinamismo que quiere generar en cada uno de nosotros el Espíritu Santo. Es el dinamismo que generó en los apóstoles. Es el dinamismo que personalmente, parroquialmente, eclesialmente, estamos llamados a realizar.

¿Cómo? Dos breves reflexiones:

1. Y esta llamada nos pone cara a cara con nuestras debilidades, con nuestras incoherencias, con nuestros miedos, con nuestras ideas que no son cristianas... ¿qué tendrá más peso? ¿nuestra debilidad, nuestras ideas, nuestras incoherencias, o la llamada de Jesús?... aquí lo dejo...

2. En esta era de los móviles, es preciso decir que el cristiano ha de estar conectado con el Espíritu Santo. Mirad, el cristianismo no es una ideología, no son unas ideas, no son unos valores. Si fuera esto, se podría vivir sin el Espíritu Santo. 
El cristianismo, es una vida nueva, vida nueva, vida nueva, que el Padre y el Hijo nos comunican por el Espíritu Santo. Es nueva de verdad; hay un antes y un después, o, un ser en Cristo, totalmente diferente del ser en uno mismo.

Hay gente que dice, hasta religiosos: “Lo importante es ser buenas personas, no hace falta ir a misa”. No han entendido qué es el cristianismo. Reducen el cristianismo a una construcción humana (ser buenos) y Dios, y la fuerza del Espíritu Santo, que quiere transformar radicalmente nuestros corazones a imagen del corazón de Jesús, no intervienen.

El ejemplo más claro de lo que estoy diciendo es Pentecostés: ¿quiénes son aquellos que reciben el Espíritu Santo? Unos hombres incultos, que no han cultivado demasiado sus espíritus: camino de Jerusalén, después de dos-tres años con Jesús, discuten por quién será el primero en el Reino de Jesús, a Jesús resucitado, el día de la Ascensión le llegan a preguntar: “¿es ahora que restableceréis la realeza de Israel?, ¡no han entendido nada! Son personas muy limitadas, que se han mostrado cobardes cuando han ido mal las cosas,... Uno piensa: “Señor a éstos no, éstos no los envíes que lo harán todo mal”. Así entraron en el Cenáculo, y ¿cómo salieron? ¡El fuego del Espíritu les penetra y los hace diferentes! Los transforma. 
Ya no son ellos, ahora son “el Espíritu Santo y nosotros”.
Sorprende la rapidez con la que se extendió la Buena Nueva. Sólo hay una explicación: “el Espíritu Santo y nosotros”.

Es necesario que encontrándonos con Cristo recibamos su Espíritu, y Él nos hará avanzar hasta unos límites que no podemos esperar. 

Que se actualice en nosotros del milagro de Pentecostés.
Francesc Jordana

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