"Experiencia de conversión profunda después de tocar fondo"



   Donald Calloway pasó su juventud entre drogas, sexo promiscuo, alcohol y prisiones. Estuvo varias veces en la cárcel, hasta que leyó un libro sobre la Virgen de Medjugorje. Hoy le ha entregado como sacerdote su vida a Dios. Con 31 años es asistente del rector en el Santuario Nacional de la Divina Misericordia en Stockbridge, Massachusetts y de aquellos años sólo queda la práctica esporádica del surf, si lo permite el tiempo que dedica a dar conferencias en todo el mundo.
  “En 1992 mi vida cambió drásticamente, tuve una experiencia de conversión profunda después de tocar fondo. Yo pasé por todo lo que un niño podría hacer hasta la edad de veinte años. Mi madre se había casado tres veces y no teníamos religión. Mi familia era muy hedonista y viví una espiral descendente en mi vida.
   Todo comenzó en Virginia Beach -donde residíamos porque mi padrastro pertenecía al ejército- y continuó cuando la familia se mudó a California. Drogas, sexo, fumar y beber, todo desde la edad de 11 años. Fue una escalada hasta el punto de perder todo control. Nos mudamos cerca de Los Ángeles y después a Japón. Esto sacudió mi mundo.”

  Desarraigado en forma continua de sus amigos y entorno, el joven Donald decidió dar una lección a sus padres. Tan pronto como llegaron a Japón, se convirtió en un “infierno” para ellos. Se relacionó con gente equivocada y empezó a usar “increíbles” cantidades de drogas – el opio, la heroína, el alcohol todos los días, incluso la inhalación de los vapores de la gasolina.
  De ello se enteraron en la base militar, así que huyó a un país extranjero, cometiendo delitos – robo de “enormes cantidades” de dinero, coches, ciclomotores. Incluso se involucró haciendo recados para los japoneses de la “mafia” (Yakuza).

 “No tenía ninguna preocupación por nada ni por nadie”, dice el Padre Calloway. Su madre sufrió una crisis, llegó a consultar a un sacerdote, y se convirtió al catolicismo, pero Donald no sabía nada de esa conversión. Finalmente le obligaron a regresar a los EE.UU. La policía tuvo que interceptar incluso los teléfonos de la base militar para tratar de dar con al joven, hasta que finalmente lo aprehendieron. Cuando lo hicieron, Calloway escupió en la cara de uno de los policías militares. Tenía apenas 15 años, con el pelo largo y una boca “muy sucia”; tan salvaje era que tuvieron que esposarle para deportarlo.
  Expulsado fuera de Japón, Calloway regresó a los Estados Unidos, donde le dijo a su madre que él la odiaba, pero accedió a entrar en un centro de rehabilitación. Al poco tiempo se escapó de allí y volvió a las drogas en una escala aún más grande. La heroína, crack, LSD, estimulantes, tranquilizantes, eran su cada día. Y entonces las chicas, el sexo, el placer de la carne. “Llegó un punto en el que inicié la Gran Muerte y que viví en lugares como el tronco de un árbol”, recuerda el sacerdote. “En Louisiana, terminé en la cárcel. Fue un caos absoluto”.
   Estaba abandonado, con el pelo hasta la cintura, tatuado el cuerpo. Se trataba de “un ciclo de vida hacia la muerte”. Hubo otro intento de rehabilitación, pero que no alcanzó a finalizar exitosamente. De hecho, tras esa experiencia, el consumo de drogas se hizo aún más pesado nuevamente.
  “Entonces, una noche en 1992 sin poder explicar el por qué, supe que mi vida cambiaría por causa de un cambio radical. Sabía que algo iba a suceder. Algo me iba a suceder.”
Fue esta súbita y peculiar intuición tan poderosa, que rechazó las llamadas de amigos para salir de fiesta como lo hacía todas las noches. Todavía tiene problemas para explicar exactamente lo que sucedió ¿Habrán sido las oraciones de su madre?
  Durante un tiempo Calloway se mantuvo en su cuarto, en espera de este desconocido “algo” que debía llegar; luego fue a la sala en busca de una revista o un libro para leer mientras esperaba, guiado por un sentimiento interior…
  “Quería ver una especie de revista con fotos mientras estaba esperando, algo así como National Geographic. Di algunas vueltas por la sala, hasta que un libro que desconozco el por qué estaba allí, captó mi total atención. Tenía escrito: La Reina de la Paz, Visitas a Medjugorje. Era un texto sobre el lugar de las apariciones en Bosnia-Herzegovina escrito por el padre Joseph A. Pelletier.”
  Pero Calloway, dada su escasa cultura cristiana, no lograba comprender lo que significaban aquellas palabras. En las fotos vio a seis niños mirando a la nada. A pesar de su ignorancia recuerda que se preguntó si serían videntes en el instante de tener una aparición. Luego leyó el pie de la foto donde se mencionaba a la “Virgen María”. Pero estaba tan poco familiarizado con la religión, que no tenía idea de quién era la Virgen. 
   Creía incluso que Jesús era una especie de Santa Claus, yo era una pizarra en blanco”, recuerda. Siguió mirando más imágenes, y vio otras palabras, como “Rosario”, “la comunión” y “Eucaristía”, sobre los cuales tenía una idea muy vaga.
Esos términos católicos, desconocidos para él, lo atraparon y sin poder evitarlo comenzó a leer con avidez…
  “Leí el libro entero antes de las 3:30 o 4 de la mañana. Me comí ese libro como si en ello me jugara la vida. Lo consumí. Y me dije: ‘¡Esto es verdad!’; ‘Todo en este libro es cierto’. La Virgen decía que Jesús era Dios, y pensé, ‘lo que dice es verdad’. Todo me parecía tan hermoso y perfecto que en ese instante la Virgen cautivó mi corazón. Sin dudarlo un segundo me dije: Yo me entrego totalmente a esta mujer.”
  A la mañana siguiente Donald se dirigió donde su madre y le dijo que quería ver a un sacerdote. Ella se sorprendió. Conocía a un capellán de la base, y ahí es donde terminó yendo saltando de alegría como un niño pequeño, con su pelo largo que aún conservaba.
Cuando Calloway se encontró con el capellán de la Armada, el sacerdote le dijo que fuera a la iglesia y se sentara mientras él oficiaba la misa, y que luego hablarían. Donald hizo lo que se le dijo, quedándose a la espera junto a un pequeño grupo de mujeres filipinas que recitaban una oración repetitiva… que por supuesto, era el Santo Rosario. Luego observó que el sacerdote se cambiaba de ropa (se revestía con el alba, casulla, estola) y luego comenzó algo que imaginó sería algún tipo de rito, pero no tenía idea de lo que estaba pasando. “Me sorprendió. Todas estas mujeres se arrodillaban y ponían de pie al mismo tiempo.”
  Pero de repente, este joven -adicto a las drogas, fuera de control – tuvo un “click” interior y supo lo que allí estaba pasando…

 “Se paró el tiempo. Me vi en el Calvario en la contemplación de los fieles del sacrificio del cordero, sentí a Cristo de tal forma que todo lo que sabía era que yo estaba locamente enamorado de Él que es Dios y nuestro Salvador.”
  La vida buena desbordaba el corazón del joven. Después de la Misa se fue a casa, tomó algunas bolsas de basura, entró en su habitación y se deshizo de sus posters, casi todo lo que allí había. Entonces, en las paredes desnudas colgó una foto del Papa y otra del Sagrado Corazón de Jesús, que el sacerdote le había regalado junto con un crucifijo.
  “No recordaba haber dicho una oración en mi vida. Y estando allí en mi habitación miré el libro de la noche anterior, los seis niños, que estaban de rodillas con sus manos juntas e hice lo mismo. No tenía idea de cómo funcionaba, ni sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Pero mis ojos se centraron en la imagen del Sagrado Corazón. Mientras miraba esa imagen sabía que alguien estaba dentro de mí… era el Dios-hombre colgado en la Cruz y supe que todo lo que la Santísima Virgen María dijo era para gente como yo. Lloré profusamente. Podría haber llenado un balde. ¡Estaba tan arrepentido de las cosas que había hecho!. Todo vino a mi memoria de golpe. Sentía como si todos los líquidos de mi cuerpo salieran por mis ojos. Sin embargo, al mismo tiempo, estaba lleno esperanza, y yo estaba llorando lágrimas de alegría. Casi reía. Sabía que este Jesús murió por mí y me amaba.
  Después de mucho tiempo me recosté en la cama y por primera vez en años me sentí libre. Una paz increíble se apoderó de mí. Luego sucedió aquello que no sé cómo explicarlo. Cuando estaba a punto de dormirme, algo vino por detrás y tiró de mi cuerpo. Mi alma o espíritu o lo que fuese, salía de mi cuerpo. No podía decir nada, no me podía mover, espiritualmente lloré, me aterroricé de miedo. La única persona que conocía era a María, entonces grité con toda mi alma “¡María!” y de repente me empujaron de nuevo en mi cuerpo con la fuerza del universo sobre mí. Oí entonces la voz femenina más hermosa que he escuchado y haya oído, diciéndome: Donnie, estoy tan feliz. Nadie que no fuere mi madre me había llamado Donnie, fue increíble.”
  Desde ese instante, señala Donald, lo abandonaron los deseos que le esclavizaban. Las adicciones, la lujuria, todo lo insano que le habitaba…
   “Dios simplemente me cambió, y fue increíble. Cristo me abrumó con su amor. Después de esta experiencia, vivía prácticamente en la iglesia, recitando las estaciones del Viacrucis hasta que la misa comenzara, incluso dormía allí, en los bancas. Empecé a recitar el Rosario, llevaba un escapulario, leía todo lo que podía de los santos”.
  Él dice que experimentó en su ser una sobrenatural “infusión de conocimiento” sobre la fe católica y se convirtió en un plazo de nueve meses.
   Poco después discernió su vocación sacerdotal en una congregación religiosa especialmente centrada en Nuestra Señora, los Marianos de la Inmaculada Concepción, fundados por el escolapio polaco Estanislao Papczynski en 1673. La congregación, duramente perseguida por los zares en la época en que dominaban Polonia, estuvo a punto de extinguirse en 1908, cuando quedó un único miembro, el futuro obispo lituano Jorge Matualitis-Matulewicz, quien a su muerte en 1927 había conseguido reflotarla, contando entonces con trescientos miembros. Hoy está extendida por todo el mundo, con fuerte presencia en Estados Unidos. Y allí fue donde se recibió como sacerdote a Donald Calloway, tras cursar estudios de filosofía y teología con franciscanos y dominicos.

  Después de terminar el seminario en un mes de septiembre, finalmente llegó a Medjugorje donde pronunció la homilía con cuarenta sacerdotes que se unieron a él en el altar. “Me encantó cada minuto en Medjugorje. Es como estar en el borde del cielo, es maravilloso.”
  En el seminario, dice, la mayoría de sus compañeros han estado también allí…
“Nuestra Señora es la constructora de este ejército, esta nueva generación, capa por capa. Paso a paso están saliendo de los seminarios a tomar sus lugares. Hay toda una generación de sacerdotes que viene, y son igual que yo. Tiene sentido. Siempre le digo a la gente, prepárense, porque hay una parroquia cerca de ti. Hemos sido formados por la Virgen María y sus apariciones.”

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